El signo (visible e invisible, paradójicamente) de los tiempos en la actualidad es lo que podríamos llamar la “cultura de la pantalla”, repitiendo a Román Gubern, y no hay quien ya no la sepa. Explicarlo no tiene ninguna novedad, cargamos a cada instante una en nuestras manos y caminamos con los ojos pegados a esa pequeña ventana que nos mediatiza el mundo que no vemos ni escuchamos más. Todo lo que nos interesa está allí en ese estuche de magia indudable e instrumento para alcanzar esa vía unitiva con la diosa de nuestra post-humanidad. Entonces, un video-poema, es una forma, entre otras, de darle al segundo una pantalla y, con ello, las virtudes de la animación y las complejas dimesionalidades, aquello que en las teorías correspondiente (Marjorie Perloff, por ejemplo, para no abundar aquí, expuestas por mí en Novissima Verba: huelas digitales, electrónicas y cibernéticas en la poesía latinoamericana, 2019) se reconoce como “screening the page” -y, por cierto, también existe el concepto inverso: “paging the screen”. En esta experiencia de doble dirección pasa casi toda nuestra cultura en estos momentos y los poemas que se producen si están atentos a este signo de los tiempos en que han sido escritos. No se trata que cada poema tenga que tener un video-poema que remedia el texto, esto es algo incidental, lo que importa es que hoy los poemas se escriban teniendo en mente una pantalla, que sepan que la página es una pantalla y que siempre lo fue.

Para «Ingenuity»: usar tu teléfono celular (o una tablet) y moverlo en 360 grados para aprovechar el potencial visual de este video-poema… Verlo más de una vez… Viene con astronauta y caballitos de mar cósmico incluidos.