No hay duda de que la serie original más popular de Netflix es «Stranger Things».

Su primera temporada es oro puro. Logró traer de vuelta ese feeling ochentero de aquellas películas clásicas como «E.T. El Extraterrestre», «Los Goonies», «Poltergeist», «Cuenta Conmigo» y autores como Steven Spielberg o Stephen King. Tremenda joya que desembocó en una segunda temporada abusadora de su éxito, saturando bestialmente de referencias su relato, olvidando la importancia de la historia que contaba. Luego vino una tercera entrega más interesante, pero que no superó nunca a los primeros ocho episodios.

Debo aceptar que me acerqué con miedo a la cuarta temporada. Sin embargo, fue una enorme sorpresa que alcanzó el genial nivel de aquella primera entrega, cuando logró cautivarme hace ya varios años. Para empezar, aplaudí el hecho de que los niños protagonistas ya son adolescentes y por lo tanto la historia se alejó de la fantasía familiar para acercarse más al slasher y al terror, remitiéndonos a filmes como «Carrie», «Pesadilla en la Calle del Infierno», «Halloween» o «Eso» y presentándonos al villano definitivo de la serie, uno que intimida y que tiene todo ese potencial de aquellos antagonistas clásicos como Freddy Krueger, Pennywise o Pinhead.

En Stranger things los famosos personajes tienen ahora arcos dramáticos muy bien logrados que no se habían visto antes, y la historia de esta cuarta  temporada, conecta de un modo tremendo todo lo sucedido anteriormente. Además, me pareció magnífica la forma en la que se abordan diferentes líneas temáticas desde diversos escenarios sin falla alguna, convirtiendo la batalla principal e incluso las personales en algo verdaderamente épico que se adereza con un soundtrack para explotar de forma fascinante la nostalgia —la secuencia en la que «Running Up That Hill» de Kate Bush salva a Max del temible Vecna, es sublime—. Qué delicia ver cómo los asesinatos cada vez son más gráficos dentro de los capítulos, con duraciones cercanas a la hora y media y cuyo glorioso episodio final de dos horas y media me resultó catártico.

Me pongo de pie ante esta penúltima temporada —han anunciado ya los Hermanos Duffer que la historia finalizará en la quinta entrega—, al parecer aprendieron de sus errores previos para entregarnos un verdadero deleite cinematográfico, en el que encontramos grandiosos personajes secundarios, una mirada a la nostalgia bien aprovechada y que da un giro narrativo hacia el género de terror. Un villano que impone y parece casi tan invencible como el Pennywise de la versión de «Eso» de los noventa y hasta el cameo del mismísimo Robert Englund, eslabón que conecta todos los horrores de Hawkins dentro de la historia.


Diego Rodmor estudió Lingüística y Literatura Hispánica en la BUAP. Ha trabajado en editoriales, librerías y proyectos culturales de fomento a la lectura y cinematografía. Formó parte de la Secretaría de Arte y Cultura de San Andrés Cholula. Actualmente lleva la Coordinación de Fomento a la Lectura y Editorial del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla. Colabora en revistas como Defensa Fiscal, La Palabra y el Hombre de la Universidad Veracruzana y Saberes y Ciencias, con reseñas literarias y cinematográficas. Forma parte del equipo de Café con Cine y Celuloide Magazine.