En la sociedad actual se asume la idea de un control total sobre el cuerpo, como señala Talarn (2007),

esta necesidad desesperada deriva de una percepción del mundo en la que priva la condición cientificista y tecnologizada que extiende tal noción, pues contempla el dominio de la naturaleza, que se ha hecho extensible al propio cuerpo. La necesidad ilusoria del dominio – control determina de muchas formas las condiciones bajo las cuales se entiende, significa y padece el cuerpo durante la vejez. Esta situación no solo es propia del ser humano como singularidad, sino que en el entorno que le rodea, se estructura una corposfera (Finol, 2015) desde la que se entiende a esta etapa de la humanidad como decadente e indeseable, por lo que, cualquier signo de ella se trata de demorar lo más posible mediante argucias tecno-estéticas, así como de la intervención del cuerpo en diferentes sentidos.

Por tanto, el objetivo de este texto es reconocer algunas condiciones del devenir vivencial del cuerpo humano en la vejez para examinar algunos de los procesos de significación generados en torno a él desde los aportes de la corposfera y el buen vivir. La interrogante que esta reflexión atiende trata de identificar algunas interacciones que provoca el cuerpo anciano en la actualidad y si es posible considerar otras maneras de comprensión hacia él. Este texto se compone de una parte que explora argumentaciones conceptuales en relación con la vejez, la corporeidad y la corposfera; y otra que aborda las interacciones que genera el cuerpo en esta etapa para vislumbrar interpretaciones que apoyen a sobre llevarla.

Esbozo conceptual

Nashua Volquez-Young. Mujer Vestida Con Sombrero Rojo Y Gafas De Sol

¿Es posible que en la sociedad actual exista un afán de ocultamiento, control y retardo de las condiciones propias del cuerpo que resulte en una negación fundamental del propio ser al enfrentar la vejez?

En casos extremos, esta situación ha derivado en exclusión, abandono, e incluso maltrato físico, psicológico y social dado que la vida se piensa cuasi exclusiva para corporalidades juveniles, por lo que se relega a la senectud en un ostracismo social que refuerza a nivel individual la creencia del desecho e inutilidad al que se llega en esa fase.

Desde hace décadas, la idea de vejez se excluye no sólo en función de sus condiciones fisiológicas y estéticas, sino mediante la repulsión a la dependencia. A decir de Talarn (2007),

la madurez es un defecto dentro de una sociedad en la que el mayor éxito está en la autonomía y realización individual. Depender de alguien, asumir en la propia corporalidad la vida en colaboración, acompañamiento y franca necesidad de soporte, es señal inequívoca de fracaso, por tanto, el anciano de las sociedades modernas es la antítesis del individuo ideal de ellas.

Tal concepción es posible dentro de un esquema social en el que se privilegia el individualismo. En sociedades milenarias, la concepción de la vejez no sólo era distinta, sino opuesta, pues el devenir revelado existencialmente era asumido como su cúspide, la síntesis del saber humano que alcanzaba su esplendor, por lo que su rol era fundamental. Así, el anciano transmitía la sabiduría de un pueblo, pues era la memoria viva del mismo y su cuerpo expresaba la acumulación de experiencia. No se trata de romantizar una idea aparentemente arcaica de lo que la vejez significa y obviar el padecimiento que lo acompaña, sino de establecer cómo la construcción simbólico-cultural de un cuerpo permite distanciar su inclusión en la dinámica de la sociedad que lo alberga y genera otras maneras de significación.

De acuerdo con Ruiz & Valdivieso (2002) la vejez, o también conocida como adultez mayor, consiste en una cualidad que implica haber vivido más tiempo que los demás, por lo que “… ser viejo significa haber envejecido o haber vivido más que otras personas…” (p. 23). Sin embargo, esta etapa implica procesos relacionados con padecimientos tales como el cese de funciones vitales y formas manifiestas de dolor, que en muchas ocasiones potenciará o no la comunicación con la totalidad del mundo y consigo mismo (Gálvez & Naranjo, 2017). La existencia de un dolor físico y espiritual requerirá de cuidados paliativos y principalmente de una escucha que repercute en el significado de la vejez, el dolor, su experiencia y atención.

Experiencias como angustia, stress, disgusto, alegría y por supuesto enfermedad son manifiestas y visibles gracias al cuerpo. Es así que este y la corporeidad

“…se refieren al ser humano en su estado relacional-simbólico, en su proceso de construcción o de-construcción social, en su experiencia vívida de la realidad…” (Muñoz, 2016, p. 58) Que entre otras cosas también se considera como incómodo, feo, y como un instrumento de sumisión, dominio, que el ciudadano actual pretende evitar a toda costa, pues aquellos enfermos y sufrientes no caben dentro de este mundo, son excluidos, encerrados y recusados.

Significación del cuerpo en la vejez… ¿y ya para qué?

Helen Jovanovich. Tlaxcalancingo, Pue., Mexico

La corporeidad del ser humano es una condición que se constituye desde la gestación y que con el paso de los años adquiere diferentes significaciones. De esta manera, los acercamientos del neonato con los entornos y demás sujetos que lo rodean, generan las primeras significaciones de y hacia él. En esta relación, el cuerpo del adolescente, ávido de nuevas sensaciones, se dispone al despertar de la sexualidad y años después, el cuerpo joven es en sí mismo un satisfactor que busca otros placeres, ser expuesto y deseado. El cuerpo adulto, pero aún con vitalidad, vende, consume, busca saciar expectativas publicitarias, deportivas y de belleza mediante suplementos, prácticas y todo tipo de objetos de deseo.

Contrario a esto, quien pasa por la vejez parece que no busca una significación de su cuerpo, o hace un sobre esfuerzo para ello, pues la corporeidad propia de esa etapa no se desea, se rehúye. La longevidad del cuerpo humano es una exaltación que, a decir de Finol (2015) “… se basa en la exaltación del opuesto: la juventud y, como corolario, en la acariciada idea de la inmortalidad…” (p. 92) Por ello se trata de evitar, aunque no se conoce cómo hacerlo, pues la educación colonial y capitalista ha servido para todo, menos para atender la vejez, pues ha configurado una percepción del cuerpo como un lastre, y como solución, determina un cuerpo medicalizado, anestesiado, dormido, recluido, oculto.

Es así que la corporeidad en la vejez implica una atención pobre dirigida al anhelo de una efímera mejora de salud a través de una gran lista de consumos como fármacos, hospitales, asilos, herramientas para caminar, respirar y sobrevivir, pero ya no para  producir, por lo que

 

“… la persona que envejece reduce, progresivamente, su presencia espacial, no solo limita sus desplazamientos extra domésticos sino que, en el interior mismo de su casa, también reduce, cada vez más, su presencia a ciertos lugares…” (Finol, 2015, p. 92) El cuerpo anciano se despoja incluso, de un espacio para habitar. 

La sociedad ha exigido toda una industria para no envejecer, sin embargo, esto es inevitable, por lo que cuando no puede demorarse más, entonces el cuerpo se esconde, se oculta, pues no puede, y en algunos casos no quiere competir con los estándares de belleza y productividad. El propio sujeto comprende su cuerpo como algo que poco a poco se vuelve inservible, y dado que deja de funcionar, se convierte en un lastre, por tanto, la existencia se enfrenta al dilema de cómo significar aquello con lo que se ha vivido tanto tiempo y deja de cumplir con las expectativas que se tenían y que la sociedad demanda, o las actividades básicas que normalmente hacía.

¿Cómo significar lo enfermo, lo que no sirve?

Ante tales ideas, el cuerpo se desea ocultar porque es feo, porque huele mal y da vergüenza porque no sirve para lo que antes sirvió. Ahora representa imposibilidad, impotencia, incluso frustración por querer sentirse mejor cada día y no conseguirlo. Pareciera que estas circunstancias son asumidas solo por quien vive la vejez, sin embargo, son condiciones que también tocan a su círculo cercano, hijos, hijas, nietos, vecinos, inclusive a su círculo secundario de socialización. Ante este cuerpo que duele, que no se quiere, que se desea desaparecer, se suman condiciones afectivas negativas provocadas por el cese de visitas externas y salidas a parques o lugares públicos, condición que se agrava mucho más si sucede en tiempos de pandemia.

 

Reflexiones finales

Mehmet Turgut Kirkgoz. Abuelo a punto de fumar.

El cuerpo anciano y por tanto la persona, es relegada de la mayor parte de la narrativa social moderna, cuyos parámetros de belleza, salud y productividad están vinculados a la juventud imperecedera, una que se trata de perpetuar mediante la medicalización constante del cuerpo, su activación física y su disimulo bajo menesteres de índole estético, para eliminar cualquier síntoma de vejez y por tanto de pérdida de control sobre el cuerpo. Esta tendencia actual, no revela sino una más de las dimensiones colonizadoras de las sociedades egocéntricas en las que se ha sometido no sólo a las civilizaciones y territorios ajenos, sino también al propio cuerpo y sus etapas fisiológicas. La vejez es, sin duda, el extraño más cercano al que se trata de aniquilar a como dé lugar.

Derivado de lo anterior, replantear la relación hacia el cuerpo del anciano que ha dado vida a estas generaciones es una prioridad urgente, pues inevitablemente en ese proceso también se posibilitará un ejercicio de aprendizaje y significación distinta para cuando ese momento llegue. Una de las vías para reconsiderar esta interacción puede ser a partir de las filosofías milenarias y la concepción del buen vivir, que propone aspectos como el respeto y reconocimiento ante la vida y a quienes han dado la existencia. Por supuesto que este proceso implica la creación de nuevas significaciones y sensibilidades para comprender y practicar la generosidad, la compasión, retribución, reciprocidad, la renuncia a ciertos ideales, así como la preparación hacia la muerte como una manera distinta de vida, donde la vejez sea digna, se mire sin vergüenza, sin necesidades de consumo para prolongar condiciones necias e infrahumanas de existir, donde se acepte y dignifique la vejez y la vida-muerte.

 

 

FUENTES DE CONSULTA

  1. Das, V. (2008). “Lenguaje y cuerpo: trasacciones en la construcción del dolor.” En Ortega. F. Veena Das: Sujetos del dolor, agentes de dignidad. Colombia
  2. Finol, J. E. (2015). La corposfera: Antropo-semiótica de las cartografías del cuerpo (Vol. 2). Ediciones Ciespal.
  3. Gálvez, C. & Naranjo V. (2017). “El dolor humano: una respuesta de las ciencias de la slaud y una reflexión del dolor espiritual para la formación de los cuidadores paliativos.” En Escritos. 25, (55), pp. 419 – 436.
  4. Lutz, G. & Howard M. (2009). “La experiencia del dolor: visiones y abordajes.” En Odovtos – International Journal of Dental Sciences, núm 11, 2009, pp. 81 – 88.
  5. Muñoz, M. E. (2016). “Antropología del cuerpo y del dolor.” En Universitas, Revista de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador. Año XIV, 24.
  6. Ruiz, E. D., & Valdivieso, C. U. (2002). Psicología del ciclo vital: hacia una visión comprehensiva de la vida humana. Revista Latinoamericana de psicología, 1(1), 17-27.
  7. Talarn, A. (Ed.). (2007). Globalización y salud mental. Barcelona: Herder.