Jessica J. Báez Márquez

La intolerancia ha sido un mal que aqueja a muchos hoy en día en todos los ámbitos sociales del mundo.

Según estudios, desde tiempos remotos se ha manifestado principalmente en religiones como el judaísmo, el catolicismo y el islam. Con esto no se pretende decir que solo en la religión existe la intolerancia, pero desde su aparición se presenta como una constante, ya sea hacia otras religiones, distintas formas de pensar o de ser y que, sin el reconocimiento de esta realidad continuará como plaga extendiéndose en los hogares, en la política y, en general, en la sociedad.  

“La religión mal entendida es una fiebre que puede terminar en delirio” (Voltaire).

En la historia del arte la intolerancia ha servido de inspiración para muchos artistas, unos con la finalidad de denuncia, otros como placer o misoginia hacia las féminas. Múltiples guerras han existido a lo largo de gran parte de la historia de la humanidad para conquistar territorios e imponer religiones, pero aun así en algunas civilizaciones antiguas como la del Imperio romano se ejercía la tolerancia y la libertad de culto, con la finalidad de tener contenta a la sociedad gobernada. En muchos casos, se llegaron a adoptar las divinidades superiores con otros nombres como es el caso de los mismos romanos con la cultura griega, los judíos con la babilónica o los cristianos con la judía y que estos, a su vez, adoptaron ritos paganos con la finalidad de facilitar la conversión.

 

Lady Lilith pintada en 1868 por Dante Gabriel Rossetti de estilo Pre-Rafaelita. Esta obra hace alusión a la primera Eva rebelde de la cultura hebraica nacida no de una costilla, sino de la inmundicia y el sedimento y que abandona a Adán. Ella no quiso renunciar a la igualdad entre hombre y mujer, por no quererse someter a él, renuncia al paraíso y se refugia en las tinieblas con el mayor de los demonios con quien engendra estirpe de demonios. En ella se observa una mujer sentada en un sillón frente a un tocador, peinando delicadamente su cabellera ondulante pelirroja, flores alrededor de ella con un fondo obscuro, un candelabro y un espejo con reflejo de un bosque, ella es representada como ángel-demonio.

 

Las mujeres fueron despreciadas por los hombres, particularmente, en las religiones, por ser causa de la tentación que los incitaba a pecar. En el imaginario misógino, por su instinto desenfrenado y su conciencia puritana, buscaba al sexo femenino como culpable de todos sus males y anatema de su Dios hacia él: “más odiosa que la muerte es la mujer”, así lo presenta Erika Bornay en su libro Las hijas de Lilith, donde nos narra con una exhaustiva investigación acerca del papel que se le ha adjudicado a la mujer durante siglos y cómo se fue representando en el arte con el estigma hacía ella como la dicotomía María-Eva o la Famme Fatale del siglo XX.

Durante el Medioevo y el Renacimiento se le encasillaba como curandera o a las parteras como brujas, igualmente ese estigma fue otorgado a la mujer seductora, soltera, viuda, a la independiente o a la que se le creía bella, por lo que muchas eran las causas o pretextos para ser castigada, encarcelada, torturada o hasta quemada en la hoguera.

Las mujeres que eran objeto de representaciones artísticas en las pinturas y esculturas de las iglesias católicas, se exhibían como símbolos de lujuria y perdición. Asimismo, en algunas obras artísticas se pueden encontrar a hombres humillados y golpeados por ellas, como mujeres rebeldes ejerciendo la autoridad hacia el marido sumiso, lo cual era visto como una degradación de la sociedad machista como lo muestra Bornay.

 

Mary Wollstonecraft, obra literaria Vindicación de los derechos de la mujer (1792).

 

La mujer empezó a sentirse con la libertad creativa por medio de la literatura Gótica de Terror de los siglos XVIII Y XIX, la cual fue influenciada por el entorno católico del gótico de la Edad Media, así como las culturas de oriente. En estas narraciones se buscaba una atmósfera y una estética con arquitecturas en ruinas, oscurantismo y lo sobrenatural, con algunos toques tenebrosos, sensuales y románticos, buscando un balance entre el miedo y el deseo en su simbología.

Esta narrativa comenzó a desarrollarse con el libro Castillo de Otranto de Horacio Walpole escrito en 1764, donde se utilizó por primera vez el término Gótico para la literatura de terror, quien sería influencia para muchas escritoras y escritores de este género. Según la doctora en literatura Inglesa Gótica de la universidad de Liverpool Sam Hirst, afirma que el sexo femenino de esta época fue interesándose poco a poco de este tipo de literatura, por lo que:

“se puede observar una constante sobre el encierro en calabozos, torres, túneles, paisajes sublimes, viajes, heroínas religiosas, héroes inútiles y villanos atractivos”

apropiándose de un espacio estético que había sido exclusivo del hombre. 

Philip Burne- Jones, El Vampiro de 1897 en donde nos muestra a una vampiresa, la cortesana Clarimonde de Guatier, que está sentada a un lado del sacerdote Romualdo, quien era su amante y dormía en su cama, mientras es acechado por la mujer. Según la historia, ella después de muerta se convirtió en vampiro, mientras estuvo con su amante sacó un alfiler de su cabello, toma el brazo de su amado lo pinchó para beber de su sangre y vivir eternamente.

 Las mujeres que buscaban escapar del claustro hogareño al que eran sometidas por el masculino, encontraron en la lectura una puerta a un mundo imaginario y creativo el cual las llevó a saciar esa hambre de conocimiento. En ese momento se dio un fenómeno comercial que revolucionaría la mente de las mujeres, las llamadas novelas “alquiladas”, de este modo las personas de menos recursos, incluidas las mujeres, pudieron tener acceso a la literatura y, con ello, su liberación espiritual.

El embrujo del Gótico logró excelentes obras de escritoras como: Sophia Lee, Clara Reeve, Ann Ward Radcliffe, Mary Wollstonecraft, Mary Shelley, Eleanor Sleath, las hermanas Brontë, Charlotte Dacre, Elizabeth Meeke, entre otras. La literatura femenina de este periodo era más prolífera que la de los hombres. Mary Shelley fue la pionera en incorporar la ciencia ficción con el Gótico, el cual dio como resultado la obra de Frankenstein, el Moderno Prometeo.

En el siglo XIX se comienza a fermentar la lucha sufragista debido a la Revolución Industrial. Las desigualdades se hacen más cruentas y difíciles de ignorar, ahí es donde la mujer se cuestiona su condición y el maltrato hacia ella. Muchas de las féminas deseaban trabajar y estudiar a la par del hombre y comenzaron con la exigencia al derecho al voto. Esta inconformidad se puede apreciar en los primeros libros feministas del siglo XVIII escritos por Mary Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer (1792) y María o los Agravios de la Mujer (1798). 

El estudio (Académie Julian). Obra de Marie Bashkirtseff 1881.

 

Las mujeres artistas como Marie Bashkirtseff y Jane Atché tenían que acudir a academias especiales para ellas como la Académie Julian (fundada en 1867) o a clases particulares con artistas del género masculino ya que se les prohibía pintar en academias de prestigio por cuestiones morales, también se les era negado pintar al aire libre como a los hombres artistas que podían hacerlo en completa libertad. Marie Bashkirtseff escribió un diario donde comenta lo siguiente:

“¡Tan solo pensar que sólo vivimos una vez, y que la vida es tan corta! Cuando lo pienso mis sentidos me abandonan y mi alma se convierte en una plegaria a la desesperación. ¡No vivimos sino una vez! Y yo estoy perdiendo esta preciosa vida, escondida en la obscuridad. Sin ver a nadie ¡Vivimos solo una vez! Y mi vida está siendo arruinada. ¡Vivimos una vez! Y yo estoy hecha para desperdiciar mi tiempo miserable. Y los días están pasando para nunca regresar, llevándose una parte de mi vida con ellos, cuando pasan”. 

Este es un claro ejemplo de cómo algunas mujeres de esa época se sentían dentro de sus propios hogares, sus mentes y cuerpos debilitados por el aislamiento. 

Las artistas del Impresionismo debían pintar en su casa cuadros costumbristas, mientras que los varones como Reoir, Manet o Monet pintaban en bares, restaurantes, en el campo y en un sinfín de lugares a cielo abierto, hecho que ayudó a la experimentación de la pintura Impresionista, en tanto que muchas de ellas debían pintar su entorno, su hogar y todo lo que habitaba en él, mientras se encontraban reclusas, aburridas y deprimidas. Hubo algunos casos como las artistas Impresionistas Berthe Morrisot, Marie Bracquemond o Mary Cassat, quienes trataron de romper paradigmas en la pintura de la época provocando crear en ambientes hogareños distintas formas de expresión estilística con ayuda de algunos artistas masculinos como Degas.

 

La Cuna, obra de Berthe Morisott realizada en 1872. En esta composición de óleo en tonos pastel, la artista retrata a su hermana mirando a su recién nacida hija bajo el bien logrado velo sobre el rostro de la niña, recreando la intimidad de su alcoba, con un gesto que se puede interpretar de varias formas. Comunica al espectador el momento de una mujer que cuida a su hija mientras duerme.

 

En esos tiempos convulsos muchos de los hombres y líderes de las religiones temían perder el control sobre la mujer debido al cambio que se avecinaba. Por lo que, influenciados por ideas misóginas de filósofos como Schopenhauer, Nietzsche, Nordau y Otto Weininger, arremetieron de nueva cuenta en contra de la mujer. En palabras de Schopenhauer:

“Pero ¿Qué puede esperarse de las mujeres, si se reflexiona que en el mundo entero no ha podido producir este sexo un solo genio verdaderamente grande, ni una obra completa y original en las bellas artes, ni un solo trabajo de valor duradero, sea en lo que fuere? Esto es muy notable en la pintura. Son tan aptas como nosotros para aprender la parte técnica, y cultivan con asiduidad este arte, sin poder gloriarse de una sola obra maestra, precisamente porque les falta aquella objetividad del espíritu que es necesaria sobre todo para la pintura”.

 La mujer ha demostrado que es capaz de crear arte igual de valioso que el masculino y colarse en los círculos de poder, tanto en el mundo laboral como en la política, por lo que poco a poco la igualdad de género ha ido cambiando en los últimos tiempos. Aquella percepción con la que se mira hoy en día a la compañera del hombre, a quien debería de ir a un lado de él y no detrás, no en las sombras ni en la clandestinidad, debe de reconocérsele siempre su esfuerzo en todas las áreas en las que se desempeña y debemos reconocer también a aquellos hombres que las han apoyado para transformar esta discriminación e intolerancia en compañerismo y respeto mutuo por una sana convivencia social y armónica en todos los ámbitos de la vida.