La gran Sincronicidad que hay en la técnica y el pensamiento de los verdaderos poetas, descubre la magia -por cierto no menor- como en estos versos de Pellicer:

 

Hay azules que se caen de morados.

Está perfectamente sincronizada la sinestesia (ritmo e imagen) produciendo una oculta pero significativa anfibología: la gradación de color se corresponde con la temporal. El azul ya casi morado, cae retardándose (demorado). El endecasílabo, justamente, se rompe, a la mitad, “se cae”, en la sexta sílaba, con el acento en la vocal fuerte y oscura, la a.

O bien: De Hora de Junio, su mejor libro (junto con algunos sonetos de Práctica de vuelo), de “Esquemas para una oda tropical”:

 

En los estanques del Brasil diez hojas

junto a otras diez hojas, junto a otras diez hojas,

de un metro de diámetro

florean en un día, cada año,

una flor sola, blanca al entreabrirse, (…)

Se provoca la aparición del “coro dionisiaco”, echado a andar por el poeta con la repetición de la frase musical “junto a otras diez hojas”, que se revela (en parte recurso, de memoria, de la rima) al llegar a “diámetro”, florean en “un día”. El eco del comienzo canta, acompañando el solo de cada verso siguiente. Todo señala la luminosidad, incluso la í, del clarín del día, el fonema correspondiente a la claridad y a la luz.

 

El trópico entrañable

sostiene en carne viva la belleza

de Dios. La tierra, el agua, el aire, el fuego,

al Sur, al Norte, al Este, y al Oeste

concentran las semillas esenciales

el cielo de sorpresas

la desnudez intacta de las horas

y el ruido de las vastas soledades.

Se señala el lado mítico-cíclico con respecto a los cuatros elementos y los cuatro puntos cardinales, la concentración de las semillas esenciales. La repetición de la sílaba Di, con la palabra Dios. El brillo del día sigue resonando.

El “ruido de las vastas soledades”, con el recurso de la memoria musical se vuelve luminoso, voz de dios: la flor sola, blanca al entreabrirse en su revelación por  plenitud.

Y el penúltimo endecasílabo, la desnudez intacta de las horas, con el análisis métrico, revela que los acentos que caen en las sílabas graves, oscuras, dez, tac, ho, equilibran y parten también por en medio (en la sexta sílaba) al verso. La sílaba tac, e incluso, in, repiten el sonido duro, la onomatopeya, del reloj.

El tic-tac, la voz, se desnuda en las horas purísimas de luz. El cielo da la sorpresa al revelarlo, nos entrega un instante sagrado, una Sincronía. La Palabra, el verso, el Verbo, habla.

Así, el análisis se extiende ad infinitum, sólo recordaremos, que la sílaba di, no nada más pertenece a día y a dios, sino concretamente a Di, importantísimo dios chino y a di, dios y palabra en didhazá. Esto desde luego sin proponer que Pellicer lo sabía o manejaba expresamente. Pero podría pertenecer a la memoria colectiva, a un arquetipo.

 

Entonces seré un grito, un solo grito claro

que dirija en mi voz las propias voces

y alce de monte a monte

la voz del mar que arrastra las ciudades (…).

El Diez es además el número de lo Perfecto.

Pellicer es desde luego un poeta místico, católico pero también gran panteísta:

 

(De “Sonetos Fraternales”)

Quiero estar junto a ti. De ti dimana

la energía de todo lo que planto. (…)

Hermano Sol: mi sangre es caloría

de tus entrañas que el Poder  Divino

concretó lentamente un ancho día.

Con esto sólo intento aplicar las ideas en relación con la Sincronicidad a una parte de la poética. Sobre Pellicer y su obra, gran poeta, asimilable ya para muchos, se vuelcan toneles de tinta.

Dicen los campesinos binizá que cuando las nubes están preñadas se convierten en la Culebra de Agua que revienta el vientre de  las nubes y ocasiona la fertilidad. Este mito de Quetzalcóatl espantaba a los curas pues la culebra de agua, que identificaban con el demonio, se forma de manera impresionante, en un diálogo terrible y feliz entre la oscuridad (el barrunto, la amenaza de tormenta) y la luz: los rayos (su precipitación).

También es el (Atl Chinolli), la serpiente que se vuelve  Águila que cae: la lluvia.

En el  Discurso a las flores,  Pellicer tiene conciencia de esto.

La Sincronicidad se revela  cuando el despliegue de La Fuente del universo no está fragmentado, cuando el discurso, físico, metafísico o místico, se desenvuelve naturalmente dentro de la Unidad, dentro de la Totalidad. El libro de David Bohm La Totalidad y el orden implicado  desarrolla el tema casi obsesivamente, de manera más atractiva, y quizá con la misma profundidad, pero más inconsciente e intuitivo en cuanto a la Sincronicidad, Tres poetas católicos  de Gabriel Zaid contiene análisis reveladores que apuntalan esta idea.

Volviendo al verso-poema (cercano al haikú) Hay azules que se caen de morados, donde se descubre un horizonte en movimiento gradante, fundiéndose con el atardecer, el poeta ensayista ve la Sincronía como un milagro:

Partiendo de la referencia a pechos desnudos, que no está indicada, pero que los hace caer por su propio peso, como un fruto maduro, resulta una metáfora múltiple, que sintetiza varios movimientos metafóricos, simultáneos en vez de sucesivos (como sería en una metáfora desarrollada). (…) La metáfora depende de otra vecindad prosódica, tan cercana que hay casi una metátesis, aunque en segundo término se omite: morados/ maduros.

Que esto no es un supuesto capricho,  puede verificarse. La comparación de los pechos con los frutos en el árbol es una metáfora milenaria. EL “se caen de” corresponde perfectamente a esta metáfora de los frutos colgantes y a la expresión común “se caen de maduros”. Esta síntesis: los pechos se caen de maduros, sería una creación de la vieja metáfora, enriquecida por la sinestesia táctil que suscita la proyección implícita de las manos en el sopeso de los frutos colmados.

Pero el acierto del poema no termina aquí: apenas comienza. Sin rebasar las once sílabas ni las siete palabras, la recreación produce otra metáfora simultánea, totalmente insólita. Se dice que hay colores fríos y calientes; con una calidez que aumenta del azul, al morado, al rojo. En el blanco corporal se han visto vetas de azul, de rojo, de morado. Esto permite las ecuaciones

 

Pechos colmados = frutos en el árbol

azules que se vuelven cálidos = frutos que se caen de maduros

De pronto, en una afirmación de corte coloquial, que se apoya en metáforas tradicionales y en una metátesis implícita, todos los movimientos semánticos, prosódicos, visuales, táctiles, de peso, de calidez, se trasmutan de golpe en un milagro:

hay azules que se caen de morados.  (pp. 252-53).

“De pronto (…) se trasmutan de golpe en un milagro”, como una Sincronicidad.

No hay que olvidar el ingrediente rítmico, musical. Es más, recordemos –sobre todo con los versos anteriores- a los cabalistas y María Zambrano, la senda órfico-pitagórica  (tema abundado, un poco más, más adelante, cuando toquemos a la nada y al vacío a través de la música), que los símbolos musicales guardan la clave de la revelación arcana, lo supraceleste y celeste relacionados, encuentran su analogía en la resonancia, demás diremos: musical. El Zóhar –recuerda la palabra azar-, reúne, agregando los coros angélicos, las alusiones a la música mística. La kavaná, mística concentración mental preparando el rezo, invoca a la melodía para eliminar toda distracción y disponer la mente en la unión con Dios. Las notas sucesivas sobre una sola vocal, del melisma, refuerzan la intención mística. Según Angelina Muñíz-Huberman, honda lectora de Zambrano, “Probablemente los cantos órficos respondían a un patrón semejante, para propiciar el viaje iniciático y el descenso a los infiernos, donde ocurre lo indecible: el paréntesis del silencio o la ‘forma más musical de la palabra: poesía’”. El sentido del oído es el más sabio.

Este paréntesis-silencio-cantabile, a su vez, nos trae a la memoria “el descenso a los infiernos” y el ascenso a la luz de la ceremonia “órfica” de hongos, donde -manando de la cascada cósmica- se encuentra cantando la donación de la palabra.