Recordando la primera novela del reconocido filósofo y semiótico Armando Silva (autor de ‘Imaginarios Urbanos’), cuyo título no pasó desapercibido,La Mierda y el Amor’, conversamos con él sobre su planteamiento central: las relaciones posmodernas y las nuevas mutaciones del amor, en época de pandemia, así como otras reflexiones que propone en torno a lo masculino y femenino, Oriente y Occidente, salud y enfermedad, creencia y no creencia, eros y amor.

Su novela aborda una versión muy contemporánea del dilema de Hamlet: la cuestión del “ser o no ser”, pero no en sentido filosófico sino de identidad de género. ¿Cómo surgió y cuál fue su apuesta?

Fue hace muchos años leyendo ‘Todos los hombres son mortales’, de Simone de Beauvoir, historia de un hombre que quiere morir y no puede. Pero ese ‘no morir’ tenía relación con su identidad de género. Ahí me surgió la idea inicial de la novela, que coincide ahora con la popularización de las crisis de género. El personaje es Julio Almanza, quien queda impotente luego de un tratamiento médico y eso, sumado a traumas de infancia en la que sufrió bullying, le genera una inseguridad en su identidad que lo va cuestionando. Muy acertada esa comparación con Hamlet porque se trata de otra forma de divagación existencial sobre el “ser o no ser”.

El tema de género está muy en auge por las reivindicaciones de pluralismo y diversidad. Cada día surgen nuevas maneras de “ser” y su novela plantea que, al respecto, nada está concluido.

Más allá de hombre-mujer y gay, hoy estamos presenciando nuevas combinaciones. Las identidades y formas de relación continúan surgiendo, mutando. El afán de ‘etiquetar’ ya no va con lo contemporáneo. Hay una presión exagerada para que la gente asuma un rol y quede clasificada dentro de una codificación, cuando la interacción entre seres humanos nos sigue mostrando más posibilidades. Eso es lo interesante del proceso y de la reflexión de mi protagonista.

Imagen de: sociales.uexternado.edu.co

El título de la novela despertó diversas reacciones. Unos lo elogiaron y otros lo criticaron ¿Cómo lo escogió?

Por una visión lacaniana pues, para Lacan, el deseo tiene relación con los residuos corporales (placenta, saliva, lágrimas, etc.) que intervienen biológicamente en la mecánica del deseo por el otro. El ser humano tiene por naturaleza la sensación de ser incompleto y su búsqueda del otro es esa ilusión de poder ‘completarse’ con él. Hay un instante en que lo logra, que es el orgasmo, pero después vuelve la sensación de ‘incompletud’ que hace posible que el deseo resurja. Él lo dice muy bellamente: “el deseo es el deseo del otro pero, para que haya deseo, tiene que estar insatisfecho, porque si está satisfecho no hay deseo”. Obviamente se requieren instantes de ‘completud’ para que el deseo tenga sentido. Lo cierto es que hay un hilo poderoso entre cuerpo y emociones. Por eso, en dos momentos estelares de la novela, la evacuación física libera en lo emocional a sus personajes. Igual, como decía Sartre, al final todos estamos solos en el deseo, y es la soledad lo que cada vez más se profundiza en la sociedad contemporánea.

La tecnología, a su modo de ver, es otro elemento responsable de esa profundización de la soledad.

Efectivamente hay un ‘tecno-centrismo’ que conlleva ‘tecno-idealismo’ en el sentido de que, al ‘conectarnos’ con otros, tenemos la ilusión de vencer la soledad. Pero cuando lo virtual reemplaza lo presencial ahonda el desencuentro. La conexión extrema nos expone además a más control, vigilancia, consumo, propaganda. Tenemos derecho a conectarnos, pero también el deber de des-conectarnos. Esa es la paradoja de la tecnología, ingresó al mundo privado, y estar acompañados hoy es un hecho a resolver frente al “bombardeo digital”.

Su novela guarda también una profunda relación con su trabajo sobre los ‘imaginarios urbanos’. Si extrapolamos su teoría a estos nuevos arquetipos del ser y del amor, ¿cuáles serían los imaginarios del amor en la sociedad contemporánea?

Muy interesante pregunta porque Umberto Eco, quien también fue mi profesor, decía que hoy no se puede decir “te amo” sin ser ridículo. Se puede, pero hay que decirlo de otra manera. El imaginario del amor hoy es la suma de dos individualidades. El avance espectacular de la mujer y la progresiva caída del falocentrismo han llevado a que tengamos proyectos paralelos. Ya dos personas que se aman no buscan ‘fundirse en uno’ sino ‘acompañarse’ en sus respectivas búsquedas. Muchas veces cada uno sigue teniendo su casa. Otra cualidad es que ambos han aprendido mucho del hedonismo y del placer. En lo posmoderno hay todo un despegue de la exaltación de los sentidos. Una pareja puede tener sexo físico, mántrico, espiritual o como quiera. Todas esas búsquedas del placer alternativo son muy de la contemporaneidad. Y otra cualidad esencial es el respeto. El hombre, lo masculino, se ha ‘amansado’ mucho, más en los países avanzados que en América Latina, pero ha venido aprendiendo. Vivimos una época de atropellos y violencias inenarrables, pero despunta a la vez una mayor conciencia del otro.

Captura de pantalla por Luis Manuel Pimentel

¿Cuál sería la contracara de esa supremacía del ‘eros’ en la sociedad contemporánea? ¿El placer prima y desterró lo emocional?

Eso es muy importante y ojalá esta novela sirviera para hacer reflexionar sobre eso, porque es como si donde no hubiera un falo erecto no hubiera amor ni pareja posible; como si otras dimensiones no sirvieran, ni fueran constitutivas del amor. En la contemporaneidad hay muchas otras formas de encontrarse. Esa es la búsqueda de mi personaje. De hecho, un giro posmoderno de la novela es que la protagonista femenina es más sexual y él más sentimental, lo que disloca lo tradicionalmente considerado propio de lo masculino y de lo femenino. Históricamente se ha dicho que el hombre es más visual, cortoplacista, que escoge a partir de la excitación que le produce lo que “ve”, mientras la mujer es más emocional, selectiva, sopesa empatías, escoge desde lo que “siente” y proyecta a largo plazo. En el universo de mi novela todo eso se invierte, como en el mundo contemporáneo.

¿Qué sería el amor en ese nuevo contexto?

En lo contemporáneo hay dos pulsiones: Por un lado, a ‘desacralizar el amor’, a no creer en él, a reducirlo a lo hedónico y volverlo un ‘falo de bolsillo’, como dicen algunos psicoanalistas. Y por otro, a ‘reinventar el amor’, a buscarlo incluso de manera romántica y a intentar darle un lugar. La desacralización se da precisamente por el deseo de reinvención. Eso está muy relacionado con la pérdida de creencias y de fe en el mundo contemporáneo, en el que continuamente se derrumba todo: la ética, lo institucional, lo político, los valores de lo público, lo estatal, lo colectivo, etc. Ya no tenemos certeza de nada. Ante eso, la gente busca refugiarse en lo privado. Pero ahí se encuentra con otros combates que surgen de la dinámica de los géneros y de sus diferentes expectativas y reinvindicaciones, lo que produce nuevas ‘incertezas’. Hay un miedo y un cuestionamiento frente a si el amor se puede salvar. Pero esa ‘incerteza’ puede ser muy creativa.

¿Ve diferencias generacionales o es un fenómeno general de lo contemporáneo?

En los actuales ‘millennials’ observo cambios contundentes. Son más conservadores y estrictos en el amor. La fidelidad para ellos es radical, no se cuestiona, al que falla en ese sentido casi que lo marginan, no se admiten errores ahí. También sus celebraciones son casi rituales y muy “kitsch” por cierto, con imaginarios principescos de llegar en limusina a la fiesta, o casarse al borde de la playa con escenografías pomposas y no les da pena. En el estrato que sea, gastan la plata que sea. Ahí los imbuye la ‘espectacularización’ de la sociedad contemporánea, que todo lo vuelve ‘show’, incluido el amor. Los matrimonios adquieren dimensiones estrafalarias que pasan por el vestido, el video, la manera de llegar a la fiesta, el mostrarse. Toda una mezcla de lo comercial, lo sagrado y lo espectacularizado. Claro que en Colombia eso pasa con los quinces, la primera comunión y demás celebraciones. Es un país bastante ‘kitsch’. En eso, es un país que ya era posmoderno antes de que llegara la posmodernidad.

Las ‘incertezas’ a las que se refería del mundo actual han generado varias contradicciones: que la gente desee ser tomada en serio, pero no tomar en serio a nadie; o que desee amor pero sin apostarle tampoco. ¿Permanece algo de lo ancestral en los relacionamientos actuales?

Sí, el amor cambió pero el deseo de ser amados no. En una página de la novela digo que el amor es un estado de ruptura, porque es tal la esperanza y la expectativa que ponemos sobre él, tal el deseo de ‘completud’ y la frustración de no lograrlo, que se vuelve de lo más frágil y vulnerable, susceptible de destrucción. Lo cierto es que hoy la experiencia parece enrostrarle al hombre que el amor no pasa únicamente por la penetración, lo que para el universo masculino es transgresor, casi un descubrimiento fantasmagórico. Y por otro lado, la mujer está más en el centro de la palestra. Eso ha generado un replanteamiento del concepto de amor y también de familia que es parte de las novedades contemporáneas. Lo positivo es que hoy, como nunca, se habla de todo sin tanto tabú y vemos que la ‘escala de grises’ de los relacionamientos es cada vez más amplia de lo que pensábamos.

Fotografía de Anna Tarazevich

También el tema de la religión y de las ‘creencias’ atraviesa su novela. Hay un hilo conductor con el Hinduismo, el Budismo, lo Yoga, lo ayurvédico. La crisis de los protagonistas va acompañada de una búsqueda por lo espiritual oriental. ¿Qué rol juega ese tema en la contemporaneidad?

El ser humano contemporáneo tiene una búsqueda intensa por lo religioso. Así la ciencia y la razón le hayan ‘matado’ la idea de Dios, no le acabaron la intuición y el anhelo de trascendencia, de espiritualidad, de algo que le explique y le dé sentido a su vida. Julio vive todas las incertidumbres del mundo contemporáneo y una de ellas es precisamente la pregunta por lo religioso y por las creencias. Hoy la religión ya no se refiere forzosamente a un credo (católico, cristiano, budista, etc.) sino a una manera, casi siempre personal, de entender la vida. Como si cada quien tuviera su propia religión y buscara alguna ideología o forma de pensamiento que se ajustara a ella. Para sintetizar, diríamos que el ser humano actual, así no crea, desea creer en algo. Y cada quien trata de ser coherente con su cosmovisión y pensamiento, con su manera de entender lo que le sucede. En el personaje de Julio hay entonces esa búsqueda de “religión” porque, en medio de su angustia, necesita algo que le dé sentido a lo que le está pasando. Hay una escena muy simbólica, en Capadocia, cuando se sube a un globo que lo eleva y se lo lleva. De hecho, quien lo sube y se queda en tierra es su compañera. Esa imagen capta muy bien la novela porque ella es más ‘terrícola’, más fría y práctica, mientras él es más espiritual y sensible. Lo curioso es que empezaron la búsqueda porque supuestamente ella era la que sentía ese llamado místico, pero quien termina asumiéndolo es él. Hay como un intercambio de aspiraciones entre los dos protagonistas. La creencia religiosa se volvió un imaginario humano en el mundo de hoy y Julio representa eso. Él vive una religión, no con un dios particular, sino desde un imaginario religioso muy poderoso y trata de buscarlo porque hoy, ante la soledad que la gente experimenta en general, hay como el deseo de ir en busca de algo ‘cósmico’.

La ‘enfermedad’ en su obra es central como eje que desata todas las situaciones y reflexiones del protagonista. La enfermedad como destrozo, pero también como oportunidad, como un ‘click’ de computador que abriera nuevas y reveladoras ventanas. ¿Qué cambios en la concepción del mundo, vida, ser y amor quiso mostrar con ese elemento?

El tema de la enfermedad es tan central que prácticamente puede decirse que, si no se produce la enfermedad, no se da la novela. Es el tuétano de la obra, el origen y motivo de todo; la que conduce a Julio al tratamiento, a la miseria, a la muerte, y también a que renazca de nuevo la vida. Por eso la enfermedad adquiere esas connotaciones tan favorables. De hecho, en un momento, su compañera le recuerda una frase de Satyananda que dice que hay que también tener “el derecho a ser pobres”, pero no desde una visión cristiana sino humana. Se refiere al derecho a la vulnerabilidad, a sufrir, a no estar siempre en la cima, a no tener todo siempre bajo control. El cáncer es algo tan particular que cambia completamente la concepción del mundo. Es casi como un estado hipnótico. En un momento el protagonista hasta siente que ve los colores del mundo de otra manera y tiene incluso la experiencia extraña de ver un túnel. Fue un tema sobre el que investigué mucho y hablé con muchas personas para poder tocarlo en el libro. En el proceso de Julio, la enfermedad es sin duda motor de su búsqueda emocional, física y espiritual. Lo sitúa en un estado de mayor vulnerabilidad que le cambia todas sus concepciones. Es parte de lo que lo vuelve más emocional, romántico y sensible.

Foto de Josh Hild en Pexels

Para finalizar, precisemos el concepto de ‘imaginario’ desarrollado ampliamente por usted, para que no se confunda con el sinónimo de ‘irreal’ o ‘fantasioso’, ni con el concepto de ‘imaginario colectivo’ utilizado tradicionalmente por las Ciencias Sociales (para aludir al conjunto de mitos, idearios y símbolos compartidos por un grupo social). En este caso, los imaginarios se refieren a las ‘percepciones’ que tenemos de la realidad, así como las ‘creencias’ que desarrollamos a partir de esas percepciones. Pero lo interesante es que se trata de un concepto dinámico porque implica que no sólo la realidad genera creencias, sino que esas creencias terminan transformando la realidad. ¿Es así?

Exactamente. Uno de los semióticos más importantes del siglo XX, que fue Peirce, planteaba las creencias como yo planteo los imaginarios. Un imaginario es, en síntesis, una creencia. Cuando me preguntan cómo surgieron los imaginarios explico que fue al diferenciar ‘la ciudad’ de ‘lo urbano’. Lo urbano no es lo físico de la ciudad, es como imagino la ciudad y, por lo tanto, como la vivo. Si pienso que es peligrosa, entonces será peligrosa. Si pienso que es segura, será segura. Lo urbano es una construcción del imaginario. Por eso la ciudad física se vive desde la ciudad imaginada. Antes urbano era sinónimo de vivir en la ciudad, hoy es una condición de la civilización. De ahí que se pueda ser urbano sin vivir en una ciudad. Antes lo ‘urbano’ y lo ‘rural’ dependía de lo espacial, del lugar donde se vivía. Hoy es la manera como se vive, sin importar dónde. Alude al uso de tecnología, de conectividad, al teletrabajo, por ejemplo. Pero los imaginarios funcionan además como contagio. Así pasó, por ejemplo, con la gripe Aviar de México, que supuestamente uno no podía darse la mano porque se contagiaba, y empezaron a instalar por todas partes dispositivos con gel desinfectante y resultó que al final todo fue una creencia, un virus mediático.

Hoy, observamos algo similar con el Coronavirus. Lo propio de esta pandemia del año 2020 es que es un virus digital. No quiero decir que se infecte por usar esta herramienta, sino que la realidad en torno a él se “propaga” mucho más digitalmente que físicamente. Cuando me pregunto ¿dónde está lo real del virus? (como lo hice para un libro colectivo que se hizo entre la UNAM y la New School de NY) destaco dos aspectos del Covid-19: Por un lado está lo digital, como instrumento de comunicación para informar qué es el virus y cómo actúa. Y, por otro, lo biológico real que opera en el cuerpo infectándolo. Ambos operan por contagio. Es decir, una parte del virus es imaginado (lo que se dice de él -estadísticas, noticieros, expectativas de la misma vacuna que hasta el momento sigue siendo imaginada). Dicho de otra forma, si no existiera lo digital como comunicación dominante, sino sólo un “voz a voz”, radio, prensa, etc., el virus no existiría como existe y es por esto que lo llamo “digital”, se pertenecen. Basta ver los imaginarios que produce el virus. El primero que identifiqué al inicio de la pandemia (que vengo documentando en sus distintas fases), fue el de la “higiene” hacia febrero-marzo: a mayor higiene mayor sensación de seguridad y de protección. Por eso la gente compraba papel higiénico más que alimentos. Dominaba lo imaginario sobre lo real. El contagio de ese temor por las redes digitales hacía que la gente saliera enloquecida a comprar este producto. En mi teoría de los imaginarios, éstos se vuelven dominantes en situaciones de peligro o de extremos sentimientos. Basta ver todas las “teorías de conspiración” que las personas juraban verdaderas. En fin, creo que la teoría de los imaginarios urbanos sale muy fortalecida con esta pandemia.

Diríamos que la realidad y las creencias se retroalimentan y se intervienen permanentemente. Por último, siendo usted un reconocido semiótico y académico ¿Qué quiso finalmente despertar en el lector al lanzarse como escritor de ficción con esta primera novela?

Que constituyera una manera de acercarse a la contemporaneidad que es tan compleja de entender, porque ahí están ocurriendo tantas novedades de estética, de amor, de desconstrucciones, de uso de tecnologías y de transgresiones que aún estamos en proceso de asimilar. Julio representa ese hombre de la contemporaneidad y mi deseo era generar reflexiones sobre todos esos temas.

Algunas reflexiones de ALEJANDRO GAVIRIA, destacado intelectual colombiano, ex Rector de la Universidad de los Andes y actual precandidato presidencial de Colombia, quien comentó en su momento la ‘opera prima’ de Silva:

  • El título: En un comienzo me causó algo de repulsión. Luego intenté racionalizarlo, pensé en la oposición entre la carne y el espíritu. Además, el amor a veces es una mierda. De otro lado, las bacterias que se cuentan en trillones en el intestino y ayudan a la digestión parecen tener algo que ver con nuestros sentimientos. Habría una conexión biológica entre la mierda y el amor.
  • Los dilemas de género: Hay una reflexión permanente sobre la identidad sexual. Muchos personajes tienen esas dudas de ‘ser o no ser’. En el protagonista se resuelve de una manera extraña, por un cáncer de próstata que conduce a la impotencia. Eso está acompañado de cierta exaltación. Felicidad, casi. Me recordó un bonito cuento de Antonio Tabucchi, “Carta desde Casablanca”.
  • El manejo del tiempo: Es muy estricto, exacto. Las piezas encajan cronológicamente sin tocarse. Hay una obsesión en toda la novela con la ‘exactitud’. El autor y el protagonista son sin duda neuróticos.
  • El concepto de viaje: Creo que todos los viajes son peregrinaciones. Siempre vamos en búsqueda de una suerte de salvación o algo parecido. Pero hay un problema, la novela así lo sugiere: es imposible alejarnos de nosotros mismos. El peregrino después de todo es también un turista.
  • La religión y las creencias: Más que hablar de las creencias, observo que el trasegar de los protagonistas por templos y spas, sugiere, en mi opinión, que la religión o al menos ciertas religiones orientales se han convertido en una forma de consumo sofisticado para occidentales en crisis existenciales o de identidad. Llamémoslo, turismo exploratorio religioso.
  • La tecnología y la soledad: La tecnología nos ha vuelto más solos y la soledad nos ha llevado a buscar refugio en la tecnología. Es por supuesto un círculo vicioso. Hace poco releí los diez mandamientos para el siglo XXI de Cristopher Hitchens. Cabe recordar el XVIII: “Apague el puto teléfono celular”.
  • La enfermedad: Comparto la visión del autor, no como un asunto teórico, sino vivencial. La enfermedad humaniza. La conciencia de la mortalidad nos hace más humildes y más empáticos. El que vive con la enfermedad, vive permanentemente como quien estuvo cerca de ser atropellado por un bus y camina después hacia su casa apreciando todos los pliegues de la realidad que antes eran invisibles.
  • El amor y sus nuevas opciones: Claramente el cambio social afecta el amor. De muchas maneras. Voy a citar una que sugiere una novela como esta, en la cual las adhesiones son transitorias y los entusiasmos ilusorios. Las mayores posibilidades, las infinitas, no siempre traen consigo mayor satisfacción o felicidad. Más puede ser menos, sugieren algunos psicólogos. La ampliación del campo de batalla (en palabras de Michel Houellebecq) trae muchos perdedores. Pero sea lo que fuere, debemos celebrar el avance de la mujer y la pérdida de poder de los represores sexuales.

Armando Silva cuenta con un doctorado y un postdoctorado en Literatura Comparada en la Universidad de California, Irvine bajo la dirección de Jacques Derrida, realizó estudios en filosofía, semiótica y psicoanálisis en Italia (Sapienza di Roma), Francia (École des Hautes Études en Sciences Sociales, París) y en España (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido profesor invitado en diversas universidades, entre ellas, Barcelona, Andalucía, Autónoma de México, California y Buenos Aires. Es autor de más de 25 libros entre los cuales se encuentran Imaginarios Urbanos​ y Álbum de Familia,​ por el cual recibió el reconocimiento académico de la mejor tesis de California, EE. UU.. A lo largo de su carrera investigativa ha recibido distinciones de varias universidades e instituciones como la UNESCO, FLACSO​ y Documenta 11 en Alemania. Es profesor investigador y director del doctorado de ciencias sociales de la Universidad Externado de Colombia y profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia.
Extraído de: semana.com
Sophia Rodríguez Pouget, periodista y escritora colombo-francesa. Autora de prosa y poesía. Graduada en Comunicación Social (Universidad Javeriana, Bogotá), Negociación y Relaciones Internacionales (Universidad de los Andes, Bogotá), Especialización en Publicidad (Universidad Javeriana, Bogotá) y Maestría en Ciencia Política (Universidad de los Andes, Bogotá). Consultora en Comunicaciones y gestión de medios. Redactora y editora. Asesora de proyectos culturales, empresariales e institucionales. Colaboradora permanente del diario EL TIEMPO y de diversos medios internacionales. Ha trabajado en radio y televisión, así como Dircom de entidades y proyectos de cooperación internacional. Sus crónicas y entrevistas han sido incluidas en varias antologías periodísticas.