Tlacuache es la primera novela de Jacobo Santoyo, publicada por Fuego Blanco Ediciones (2024),
es una narcohistoria detectivesca satírica, paródica, mal hablada, políticamente incorrecta y literalmente bestial. Relata las aventuras que vive un tlacuache en la Ciudad de México mientras busca al narcotraficante responsable de la muerte de su compadre «Pancho», al que ha jurado vengar. Durante su búsqueda deberá aceptar la compañía de una rata y la ayuda de buena parte de la fauna que convive con los humanos de esta ciudad. Desde Tlalpan, pasando por el Bordo de Xochiaca, el Centro Histórico, el metro, y hasta las ruinas que sobreviven bajo la tierra chilanga, el Tlacuache y la rata se aventuran en el mundo humano, lo critican y lo estudian para encontrar al Gran Narco, al Jefe de Jefes por cuya culpa murieron sus compañeros.
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¿Qué es un Tlacuache?
Un tlacuache es un animal mamífero, un marsupial de la familia de los didélfidos, típico de la fauna americana. Hay docenas de especies en toda América y unas ocho en México; son los únicos marsupiales de América y no los hay en otros continentes. Tienen muchos nombres, como zarigüeya en España u opossum en Estados Unidos; en México se conocen como tlacuaches, sobre todo la especie más difundida, cuyo nombre científico es Didelphis virginiana. A esta especie pertenece el protagonista de nuestra novela.
¿Cómo definiría esta novela?
Es ante todo una novela detectivesca porque cuenta la investigación de un tlacuache, el narrador y protagonista, y su compañero, una rata, sobre la muerte de un amigo y de muchas otras ratas respectivamente: quieren saber quién los envenenó y vengar su muerte.
Pero no es simplemente una novela negra más, sino una parodia, no sólo de muchos tópicos y procedimientos del género, sino también y principalmente de dos tendencias de gran éxito comercial: por un lado, las narconovelas mexicanas, o sea, toda las ficciones sobre el narcotráfico, sobre los capos y sicarios de los cárteles; por otro lado, de los relatos detectivescos protagonizados por animales, muy poco conocidos en el ámbito hispanohablante —hay un cuento de Roberto Bolaño, “El policía de las ratas”, pero es otra cosa, de inspiración kafkiana—; en Alemania, en cambio, autores como Akif Pirincçi, con sus novelas de gatos de la serie Felidae, o Leonie Swann, con Las ovejas de Glenkill, han vendido millones de libros. La verdad, no nos gustan mucho estas novelas, tienden a infantilizar a sus lectores y son demasiado benévolas con la especie humana, y lo único que nuestro Tlacuache tiene en común con ellas es el protagonismo animal en un marco detectivesco.
Además, Tlacuache es un juego lingüístico, un simulacro de oralidad en que un tlacuache habla y habla y habla, en un español mexicano, o chilango para ser más exacto, muy coloquial y lleno de majaderías, y los otros animales se expresan en sus diversos dialectos, o mejor decir, zoolectos, que es como llamamos las variedades lingüísticas que hablarían los animales, si hablaran. Y los personajes humanos hablan jergas diferentes que son parodias del lenguaje de las narcoliteraturas mexicana y colombiana. En fin, Tlacuache es una novela humorística, pero no por eso menos seria.
¿Dónde sucede la historia?
En la Ciudad de México, en la época cuando ésta todavía se llamaba Distrito Federal, ya que es también, en cierto sentido, un homenaje a la capital de México, de donde es Santoyo pero que Jacobo conoce sólo por haber pasado allí una parte de sus vacaciones. La novela empieza en la zona de hospitales de Tlalpan y termina en Zacatepetl, pasando por numerosos lugares como la Ciudad Universitaria de la UNAM, el metro y el aeropuerto, el basurero El Bordo en las afueras de la ciudad, y sitios del centro como la Alameda, la cantina La Ópera, etc.
¿Por qué un Tlacuache y no otro animal?
Porque no hay ningún animal más genuinamente americano que el tlacuache: una especie de fósil viviente cuyos ancestros ya vivían en América hace millones de años, mucho antes de todos los demás mamíferos actuales. Más aún porque es un animal muy importante en la mitología de los pueblos indígenas mexicanos, sobre todo en dos papeles: primero, es un gran ladrón, es el animal que les robó el fuego a los dioses y lo dio a los humanos, por lo que se suele decir que es el Prometeo mexicano, o incluso el Prometeo americano. Y segundo, porque aparece a menudo como personaje astuto, picaresco, sobre todo en los muchos cuentos que narran cómo se burla de su peor enemigo, el coyote. En nuestra novela, son los narcos los que hacen el papel del burlado.
Explíquenos esta literatura donde los protagonistas personajes son animales.
Los animales como protagonistas de ficciones literarias tienen una muy larga historia, empezando por las fábulas de la Antigüedad, como las de Esopo. Pero allí son meros personajes, y lo que a nosotros nos interesa no es tanto su papel de personaje cuya historia nos cuenta otro, sino el hecho de ser el animal mismo el narrador de su propia historia desde su perspectiva no humana. Allí también podríamos remontar a la Antigüedad, a El asno de oro de Apuleyo; pero, bien mirado, no es un animal quien cuenta la historia, sino un hombre que vivió algún tiempo convertido en burro por arte de brujería, y después de su retransformación en humano narra sus aventuras vividas en el cuerpo animal. Con el Coloquio de los perros de Cervantes tenemos un diálogo de dos animales que, desde su punto de vista particular, desde la zona más inferior de la escala social, critican diferentes estratos de la sociedad humana de su tiempo. En la misma época empiezan a publicarse epopeyas burlescas de animales, como la Gatomaquia de Lope de Vega, que parodian un género noble y muy prestigioso en la época.
O sea, el interés literario por los animales viene de lejos y se relaciona con una crítica divertida de la vida social humana, pero es en la modernidad, a partir del Romanticismo, que se hacen cada vez más frecuentes los animales como narradores de novelas y cuentos, y los encontramos de las más diversas especies: gatos (Hoffmann, Lebensansichten des Katers Murr; Soseki Natsume, Yo el gato), perros (el epílogo de Niebla de Unamuno; Patrice Nganang, Temps de chien) y lobos (Joseph Smith, The Wolfe), monos (Kafka, “Ein Bericht für eine Akademie”; Tristan García, Mémoires de la jungle), ratas (Copi, La cité des rats; Andrzej Zaniewski, Szczur; Sam Savage, Firmin), hay algún puma (Henry Hoke, Open Throat), cuervo (Max Aub, Manuscrito Cuervo), geko (José Eduardo Agualusa, O vendedor de passados), incluso pulgas (la anónima Autobiography of a Flea) y piojos (Eric Uribares, “La musa hematófaga”); en fin, todo un bestiario. Pero no existía ninguna novela narrada por un animal tan emblemático como lo es el tlacuache, y por eso decidimos que ya era hora de escribirla.
¿A qué se debe, cómo surgió?
Nuestra novela salió por la confluencia de una serie de intereses, preferencias y también aversiones literarias, como las ya mencionadas narconovelas, la novela detectivesca, la simulación de oralidad en la literatura, los animales, etc. Sólo había que encontrar el cómo y el qué: un día surgió la idea del tlacuache, Jacobo empezó a tratar de hablar con su voz, escribió el borrador del primer capítulo, lo envió a Santoyo, que revisó el texto y añadió ideas propias, y así seguimos desarrollando la trama a lo largo de dos años, capítulo por capítulo, entre México y Suiza, que es donde vivimos actualmente.
Lo más interesante del narrador animal es que permite una visión crítica insólita, casi predestinada al humor, desde una perspectiva que los humanos no suelen tomar en serio porque piensan que los animales son seres inferiores, peor aún, ni siquiera se imaginan que podría existir una perspectiva diferente de la suya. El animal tiene así la ventaja de ver a los humanos en momentos en que no se creen observados por un ser racional, y de enfocarlos desde abajo o desde afuera del sistema de valores dominantes en la sociedad humana, desde una distancia crítica; puede hablar libremente, sin las inhibiciones y tabúes nuestros, porque carece de cultura en el sentido humano de la palabra, y, por consiguiente, no tiene religión, moral, leyes. O sea, la perspectiva, y más aún en combinación con la voz del animal, abre un espacio de libertad irreverente y permite cuestionar a la humanidad, desenmascarar sus vicios y su hipocresía, y también poner en tela de juicio su supuesta superioridad al juzgarla desde una posición considerada como inferior, pero que puede ser más lúcida y perspicaz que la humana.
Ahora bien, todos los animales narradores, incluido nuestro tlacuache, son animales más o menos humanizados, no es posible evitar el antropocentrismo, pero hay que decidir el grado de humanización que se le confiere al animal narrador. El mero hecho de narrar usando una lengua humana es algo imposible para un animal real. Después hay que decidir qué conocimientos humanos tiene este animal literario: nuestro tlacuache, por ejemplo, no entiende la tecnología humana, no sabe qué es un avión o un televisor, no comprende la función de los teléfonos; tampoco sabe nada de literatura, pero dice frases que serían citas —que de hecho lo son para nosotros— si no fuera un animal analfabeto quien las dice. Nos gustó la idea de hacerlo hablar, de vez en cuando, con fragmentos, por ejemplo, de versos de Góngora o Pablo Neruda o de fragmentos de canciones de los Tigres del Norte o de Pink Floyd, pero que a él le salen de la boca de manera totalmente natural y espontánea, sin vislumbrar el prestigio cultural que les dieron a unos individuos humanos que, por pura casualidad, los escribieron con palabras idénticas hace muchos años.
Otro aspecto importante es que el animal no tiene por qué compartir valores humanos ni admirar a nuestra especie. Al contrario, tiene muchas razones para odiarnos: por eso, cuando el tlacuache usa la palabra humano, suele hacerlo con desprecio y asco, porque para él significa comportamiento absurdo, falta de empatía, brutalidad, y ser tratado humanamente es para él lo peor que le puede pasar a un animal; o sea, el tlacuache llama humano lo que nosotros llamaríamos bestial.
¿La crítica que hacen es una mezcla entre realidades y ficciones?
Toda la trama se desarrolla en escenarios tomados de la realidad, en lugares existentes en la Ciudad de México, pero los personajes, incuyendo a los humanos, son totalmente ficticios. Si alguien se reconoce en los narcos o políticos que aparecen, algo habrá hecho para sentirse aludido. De nuestra parte no hubo ninguna intención.
La crítica se dirige, por un lado, contra aspectos de la realidad que no nos gustan, como la contaminación del medio ambiente, la manera brutal de tratar a los animales y de destruir su hábitat natural, contra toda violencia, etc. Pero más importante nos parece la parodia de diversas formas culturales de representar esta realidad, como las narconovelas, narcocorridos, narcopelículas, pero también otros géneros, en general la novela policiaca y la novela negra en sus múltiples formas. O sea, hay un juego con referencias culturales más que una descripción realista del México actual.
Esto hay que tenerlo en cuenta sobre todo al leer algunos episodios violentos, pero al mismo tiempo cómicos, lo que quizás pueda disgustar a lectores sensibles. No se puede escribir sobre narcos sin violencia, pero no nos reímos en absoluto de la violencia real, que no es divertida, sino horrible y repugnante. Sí nos reímos de ciertas deformaciones grotescas de esta realidad terrible, de ciertas mistificaciones, del pathos de ciertos productos culturales. La violencia ficticia puede ser divertida porque sabemos que no ha matado ni hecho sufrir a nadie: asesinatos, torturas, violaciones reales son, por supuesto, crímenes totalmente carentes de humor, pero las escenas de violencia simulada por actores, p. ej., en Pulp Fiction o en las películas de Álex de la Iglesia sí nos parecen cómicas y nos hacen reír, y es de allí que nos vino la inspiración para escribir algunas barbaridades.
¿Quién es Jacobo Santoyo?
Jacobo Santoyo es, por supuesto, un seudónimo: como somos dos y no queríamos poner nuestros nombres y apellidos verdaderos, inventamos un escritor ficticio que nació en dos continentes y en años diferentes, que es hombre y mujer, que tiene dos lenguas maternas distintas. No es la suma de nosotros ni una selección de partes, sino un ser dual, bicéfalo, híbrido, mestizo. Es imposible, pero existe. Y es una máscara, una carnavalización de nosotros mismos, una autoironía.
Conoce más de nuestro personaje en la entrevista que realizó Kika Zagal en colaboración con Ediciones Utrilla, en el marco de la Feria del libro de Guadalajara 2024: https://fb.watch/weCsQLrYBI/
¿Hasta donde impactan los Tlacuaches en la vida cotidiana?
Los tlacuaches siguen coexistiendo con los humanos en los espacios ocupados por éstos, pero son cada vez más raros en las ciudades. De hecho, solamente Santoyo ha visto un tlacuache vivo, Jacobo los conoce sólo de fotos y videos. La gente a menudo los trata con hostilidad, confundiéndolos con ratas gigantescas y matándolos a veces de manera cruel. Pero no son roedores, sino marsupiales, no transmiten enfermedades, no constituyen un peligro para nuestra salud, sino que, al contrario, por ser inmunes a los venenos de las serpientes sirven a la investigación para desarrollar antídotos; y son útiles en jardines y huertas porque comen insectos, garrapatas, caracoles y así ayudan a combatir las plagas de manera natural, sin usar insecticidas y otros venenos que hacen daño a muchas especies y constituyen una seria amenaza para la biodiversidad y también nos hacen daño a nosotros. Afortunadamente, hay cada vez más gente sensible y deseosa de proteger estos animales, hay grupos de rescatistas de tlacuaches que intentan salvar a los que han sido atropellados por coches o a los cachorritos que han perdido su madre a causa de un accidente o una agresión humana. Nos parece una tendencia muy loable que merece más apoyo.
¿Cuántas publicaciones llevan?
Hemos publicado, con nuestra identidad verdadera, varios libros, algunos juntos y la mayoría por separado, y numerosos artículos sobre temas literarios, pero esto es nuestro lado serio, que queremos separar claramente de nuestra doble identidad ficticia y carnavalesca. En cambio, bajo el seudónimo Jacobo Santoyo, Tlacuache es nuestra primera publicación, y también nuestra primera obra de ficción.
Entrevista por: Luis Manuel Pimentel