Asombra la enorme cantidad de personas que han visto volar esferas de fuego, llamadas por los campesinos y la gente del pueblo “brujas” (éstas vuelan a cualquier altura y en la dirección que eligen,

no son centellas u otro tipo de rayos esféricos, fenómenos meteorológicos conocidos o fuegos fatuos[1], su trayectoria es inteligente y puede recorrer largas distancias en grupo o sola, a distinta velocidad, en una formación grupal lineal horizontal alguna puede salirse y tomar otro camino), más asombrosa y oscura es la falta de atención y explicación de la ciencia oficial, de nuestro mundo cibernético enajenado, atrapado, enredado en la red de una visión y una “conciencia” y “sensibilidad” virtuales que se confunde —para la mayoría— con la realidad: es la profunda y aterradora soledad posmoderna.

La luz de la realidad espiritual olvidada pero presente siempre, como el nivel de realidad más honda, alta y acendrada en nuestra verdadera conciencia, está obnubilada por el resplandor enajenante del celular y la computadora, por las luces ruidosas y artificiales de la ciudad[2], que en lugar de servir sólo como herramientas humanas funcionan como instrumentos de esclavitud y autocontrol de la masa, de un sistema fundado en el individualismo y la competencia, sin mínima moral, basado en la persecución sin fin de un éxito personal insaciable como signo mayor de la era del vacío y de la realidad líquida pero sin liquidez de la mayoría.

De esta manera dejamos de “ver”, no queremos ya mirar (apartados de la naturaleza y del Ánima mundi, el Alma viva del mundo, de su diálogo con ésta), sólo interesa el presente material convencidos de que esta realidad insustancial y efímera  es la única y de que todo se termina con la vida, que lo que sigue es la nada.

La asunción de la nada reinante, del cultivo del ego y de lo fugaz, de lo inmediato y transitorio, de la nula conciencia colectiva y social, del suicidio colectivo inducido, de la desatención del Alma como el Ser inmortal y la derelicción de la fe en la continuidad de la vida después de la muerte, ha terminado en una falta general de fe –fundamento del todo- y en la enajenación absoluta y ególatra. El vuelo de las brujas, no obstante, nos sigue dando señales de una luz más transcendente, de una realidad más rica y de una belleza más profunda e insondable.

Este texto encierra una doble pregunta: ¿Cómo vuelan las brujas? (cómo es esto viable tomando en cuenta la posibilidad real extraordinaria, más allá de la ciencia rígida cartesiana, neopositivista), ¿cuál es el sentido de este vuelo? Estamos ante todo, ante un umbral: un límite abierto, cruzado, trasgredido, superado, por Hermes, una marca entre el pensamiento racional, la realidad shamánica y la Imaginación (de imago mundi) real-verdadera poética, en los trascendentes terrenos de la hermenéutica.

La bruja desciende de la Diosa Madre, de las ninfas, las musas, las hadas y es hermana de la Virgen. Su papel, como la de su parentela, es shamánico, es decir intermediario entre el mundo sagrado y el de los mortales, entre el inframundo y los otros reinos, un puente después de las hadas, los duendes, los ángeles, los vampiros, el hombre lobo, con quienes también comparte una prosapia en menor grado, más cerca de nosotros. Vía entre el reino feérico y el reprimido o vaciado mundo cotidiano.

El inigualable mitólogo ruso Afanasiev, confirma la pertenencia de las brujas al mundo humano y al del Alma, como intermediarias y ex sacerdotisas de los dioses paganos. Según el estudio de otro filológo ruso, Serguei Teleguin, las brujas hablan el lenguaje de los pájaros, las oraciones aladas a sus dioses, el lenguaje de la poesía y la música, las jitanjáforas, basado únicamente en la asonancia, sobrevolando las reglas gramaticales y la ortografía. La analogía y la equivalencia fonética son sus alas, la simbología y la alegoría de la alquimia verbal, su cuerpo, dice Fulcanelli en sus Moradas filosofales: “Igor Stravinsky utilizó la música de los ritos paganos y las canciones secretas de las brujas y campesinos en […] La consagración de la primavera” (Teleguin 4) o La primavera sagrada, que suena de fondo para nosotros –por la enorme belleza de las escenas– en la fabulosa película de Tarskovsky Andrei Rubliov, cuando el cristianismo ortodoxo ruso llega, cae, como un martillo y una espada, con sus monjes, a reprimir una fiesta sagrada pagana en el bosque ruso, un día de San Juan, el día más mágico del año, donde se abre al máximo la luz llegando de la mayor oscuridad, día de la fertilidad y la felicidad, comunión de lo humano con la Diosa Madre, la naturaleza, el Alma del mundo.

Este ensayo no es una defensa social más sobre las brujas, pues eso ya lo hizo de manera magistral y por primera vez Jules Michelet[3], esta cala versa sobre cómo y por qué vuelan las brujas, cómo se realiza este vuelo dándolo por aceptado. Busco ver a la bruja (y al brujo, en concreto, al nahualli) en su esencia, no sólo como una mujer marginada y rebelde, satanizada, sino como alguien que tiene un poder shamánico[4] hermético (de Hermes) que transgrede dimensiones con cierto grado de oscuridad o con plena luz.

Es un tema que no se aborda comúnmente de manera seria, directa, y que la ciencia dura evita, que sólo la literatura y la antropología, sobre todo, toman en cuenta, pero la literatura no se pregunta (lo asume como propio) y la antropología sólo anota, denota, automáticamente. Describe, compara, no cuestiona. El sicólogo Jacobo Grinberg (desaparecido en circunstancias extrañas) es pionero de estos estudios adelantándose incluso a visionarios (como el bioquímico Rupert Sheldrake[5] y sus campos mórficos) con su teoría de la lattice, que incluye la física cuántica, uniendo la red neuronal y la física exterior en un hipercampo efectivo interinfluyente)[6].

Mi ensayo parte de la aceptación de esta realidad daimónica y busca descifrar cómo se realiza el vuelo. Algo muy difícil de comprobar, como de refutar, como sucede con la categoría de lo sagrado. Es parte del Ser, del lugar marginado, recordado pero olvidado (que ha quedado como rescoldo ardiente en la “fantasía” de los cuentos, la novela, la poesía y el cine), presente abierto de la herida trágica del pensamiento occidental, sólo abordado por la hermenéutica, la filosofía simbólica, la sicología y la antropología.

Tanto el clásico manual de caza de brujas El martillo de las brujas como el edicto[7], los correspondientes mexicanos y los juicios que presento de la Santa Inquisición en México dan por hecho el vuelo de las brujas y las metamorfosis del nahual.

La primera vez que descubrí el misterio de las brujas fue en mi casa en construcción, junto al Bosque de la Calera en Puebla, lugar, Ser, de belleza recóndita con especies endémicas: entonces no había sufrido la gran depredación de gobernadores y presidentes municipales, por lo que imperaba la realidad daimónica del Ánima Mundi. Era aún: un lugar intacto, donde había incluso un santuario de libélulas azules en un claro del bosque.

El cielo sin el resplandor de luz citadina que lo vela[8], ofrecía un gran espectáculo de ardientes constelaciones, letras misteriosas que descifrar, diluvios de estrellas y esferas de fuego.

Los cuentos, testimonios, leyendas o narraciones populares, son la realidad de un mundo perdido o secreto, incomprendido. Al desaparecer el bosque (el bosque de Dioniso, el bosque de Artemisa y “su lugar jamás hollado”) desaparece esa realidad y su magia, real encantamiento. El cuento, el mito y la poesía, son la voz del bosque, son su alma, la catástrofe ecológica es una catástrofe espiritual. Primero el cristianismo, reprimiendo a sangre, fuego y cruz-espada, la religión pagana (del bosque), y luego el progreso y las constructoras agredieron esta realidad recóndita, secreta, donde aún se ve una maravilla que muestra directamente una metamorfosis: todavía existe en el Bosque de La Calera (colindante con el de Flor del Bosque y el de San Sebastián) un zorro plateado que en las noches de luna llena es un zorro brillante alucinante, un fantasma luminoso, un nahual de la luna, un rayo de Diana recorriendo la tierra. La voz del bosque sobrevive en secreto o en sincretismo donde aún el bosque es virgen. En el cuento, la leyenda y el mito, como en una caja mágica secreta, está guardado el bosque, el Alma del Mundo.

Vi volar a las brujas cuando visitamos nuestra edificación con unos famosos músicos y mi familia por la noche, hace más de siete años. Antes de bajar del coche advertimos una bola de fuego inteligente, recorría la barda como un gato acariciándola, observándonos. Luego, cuando subimos al domo de cristal que diseñé como observatorio, empezó a dar vueltas sobre nosotros y alrededor de éste. Yo había instalado, como farol, una bola de ónix en su punta y su color rojo la hacía parecer otra esfera de fuego, quizá pensó la bruja (el nahual) que era su par (entre dos realidades quizá su visión es diferente, cruzada, por eso un objeto en forma de cruz los confunde).

Luego se dieron otros encuentros, uno de ellos puso en shock a mi cuñado soviético formado en el ateísmo materialista, cuando se le acercó una de estas maravillosas esferas, y luego desapareció en un instante como una chispa celeste. Antes, como yo de mi padre, se había burlado de nosotros cuando le contamos de las “brujas”, en ese momento mi hijo dijo: “ahí está una”: y la vimos. Fue una Sincronicidad, lo que lleva a pensar si lo que pensamos o creemos es una proyección de nuestra mente, si la realidad es sólo esto. Pero es más completo pensar que hay un diálogo (dialéctico) entre nuestra percepción y el mundo. Entre lo observado y el observador. Un diálogo complejo que nos recuerda el principio de incertidumbre de Heisenberg, el gato de Schödinger, la caverna de Platón, a los iluminados y la concepción de la conciencia cósmica-sagrada del Tao que se sitúa más allá del bien y del mal, de la vida y la muerte, del dolor y la ambición, la angustia y la individualidad. Sólo que la inteligencia es sensible y la sensibilidad inteligente. La caverna como el cráneo de cristal, el universo, que encierra nuestro cerebro colectivo, debe abrirse sin la menor herida y éste desplegarse en el vuelo de la luz.

Por la chimenea de una casa se elevaron volutas de humo que formaron un nubarrón en el cielo y con el humo voló una bruja montada en una escoba […] la bruja se elevó tanto que ya era mancha apenas visible en las alturas. Pero en cada sitio que apareciera se disolvían las estrellas, una tras otra. Al rato la bruja tuvo un saco lleno. Tres o cuatro todavía brillaban […] En el bosque viven unos gitanos, que salen de sus madrigueras a forjar hierros en la noche en que las brujas cabalgan en sus atizadores[9]. (Gógol, 139)

El campesino (predominantemente indígena, sobreviviente de un mundo que aún agoniza, como un rescoldo secreto donde anida un pájaro de fuego, el campo –donde no hay luz eléctrica), tiene experiencias con nahuales[10] (brujos, brujas, que vuelan convertidos en bolas de fuego y sorben y martirizan –en trance– a los niños, o sobrevuelan montañas y barrancos para curar enfermos en otros pueblos. El campo, el pago -de ahí mundo pagano-, se relaciona con estos seres (que se pueden metamorfosear en animales, perros negros[11] y guajolotes sobre todo. Burros[12], cerdos[13], gatos, lechuzas[14], sapos, etc.[15] –como en otros lugares de Europa[16]). La ciudad y sus viejas casonas, con fantasmas.

El abordaje de este fenómeno, el del arquetipo de la bruja, en muy interesante desde el punto de vista ontológico y fenomelógico, filósofos como Patrick Harpur (Realidad daimónica), Keiron Le Grice (El cosmos arquetipal) o Tom Cheetham (El mundo como Ícono), revisando a Henry Corbin, son pioneros en este dificil pero profundo y revelador camino, así como el antopólogo mexicano Alfredo López Austin con su clásico Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl (por magos se refiere a los nahuales, los “dobles”, los brujos y brujas), por recordar algunos.

Imágenes de Goya: Los Caprichos


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Notas:

[1] No confundir con fuegos fatuos ignis fatuus, bellísimo fenómeno físico-químico del bosque. Es la inflamación de fósforo y metano, sobre todo, elevados de las sustancias animales o vegetales en putrefacción, formando pequeñas llamas que arden a corta distancia de la superficie en bosques, pantanos y  cementerios: luces de colores o pálidas que se ven al anochecer. Son legendarias: entre otros Goethe, Calvino, Tolkien, Stoker, Ende, King y Coleridge en su “Balada del viejo marinero” las describen fascinados:

 Alrededor, alrededor, por un lado y por el otro             

Los fuegos-de-la-muerte bailaban a la noche;

El agua, como óleos de una bruja

Ardía verde, azul, y blanco.

Goethe, a pesar de esta fascinación, no los confunde con el vuelo de las brujas.

[2] El maestro de música de la BUAP, Alberto Cocone, me dijo que en Cholula, su ciudad-pueblo, aún ve a las brujas en su barrio pues las distingue de otras luces porque las conoce desde niño.

[3] El feminismo retoma a la figura de la bruja como bandera de la lucha de género. Sobre esto ha escrito el poeta colombiano Juan Manuel Roca comentando el clásico de Michelet.

 [4] Shamán dicho de manera general, pues VitebskyMircea Eliade, Halifax y Wasson explican el nahualismo como un fenómeno particular de México,  mientras que el shamanismo corresponde a sociedades originarias menos civilizadas. Lo mismo respecto a la bruja occidental. Nosotros encontramos, por otra parte, coincidencias de nahualismo en los cuentos europeos y rusos, en los relatos del Cáucaso (como veremos más adelante), etc.

 [5] Que acaba de demostrar la realidad de la telepatía en El séptimo sentido, la mente extendida (2005).

 [6] Vid. Grinberg, Jacobo. Los chamanes de México: Pachita. Vol. 3. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1989.  Vid ANEXO VIII. GRINBER CON OTROS.

[7] Vid. ANEXO III. EDICTO CONTRA LA IDOLATRÍA en El alma y la inmortalidad, México, BUAP, 2018.

 [8] A mi ex alumno Iván Vázquez, visitando un pueblo de nahuales en las faldas del volcán Popocatépetl, le contó un lugareño que los nahuales se fueron porque instalaron los postes de la electricidad, pensando que su forma en cruz los había espantado.

La cruz es el símbolo cristiano que los hace retroceder como representación de lo nuevo, aunque                  –independientemente del sincretismo– la cruz ya era un símbolo, del cruce de caminos y del cosmos prehispánico, que no es agradable a los shamanes, porque hace que se pierdan en su recorrido. Llegó la electricidad en forma de cruz, doble frontera. Aunque otros testigos me han dicho que la luz artificial sólo los vela.

[9] Tal como las Tlahuelpuchis mexicanas. Vid ANEXO II. El Alma y la inmortalidad, BUAP, 2018.

 [10] Vid. ANEXO I. NAHUALES. El Alma y la inmortalidad, BUAP, 2018.

[11] El perro negro es un nahual muy frecuente, un clásico de esta realidad mitológica. El 10 de abril de 2018 un taxista aún joven, de unos treinta años (claro: se podrá decir desde los más racionalistas que mis testigos son sobre todo campesinos y taxistas, gente sin formación universitaria, pero también me han dado sus testimonios estudiantes y profesores universitarios), me contó su experiencia: “El nahual atropellado”: este testigo estaba con un amigo policía en Flor del bosque, a unos cuantos kilómetros del bosque de la Calera, vieron cómo se abría la alta hierba del paraje en que se encontraban: un perro negro más grande que galgo –generalmente estos nahuales son enormes- surgió de ahí dando zancadas descomunales, como si volara: en unos segundos estaba en la carretera donde fue atropellado por un tráiler, cuando se acercaron a ver, sus brazos y manos eran las de un hombre. Decidieron huir lo más pronto de la escena en su taxi y su patrulla.

El bosque cruzado por carreteras y altas torres de tensión eléctrica son un obstáculo moderno para el nahualismo.

En la discusión sobre la forma del alma –digamos- desde los griegos hay tres variantes: el alma (independiente, inmortal) que se separa del cuerpo mortal (homérica, griega clásica), el cuerpo-alma sin cambio (orfismo –Orfeo-, cristianismo –Jesús-: renacimiento, resurrección), y el eudôlon*, el doble, que es un reflejo real del cuerpo humano vivo, como el doble nahual en su doble animal. Pero el nahualismo también puede presentar un eudolôn: la «bruja» o el «brujo» en trance –como hemos visto-, su doble humano, el nahual (que significa el doble) que entra en las casas, que puedo metamorfosearse antes en un doble animal.

 [12] Don Alejandro Alejo, taxista, 57 años, vio convertirse (en un camino real en un monte de Misantla, Veracruz, cuando era niño, junto a su padre) un hombre en animal, después de agacharse y dar tres vueltas, como a las 12 p.m. Después su padre le contó que su padre, a su vez, le contaba de un burro ladrón que balacearon en ese pueblo y que supieron era el vecino porque después lo vieron con las heridas. Cuando creo cerrar el libro, un nuevo informante me revela más cosas, como si el libro me pidiera no dejarlo de escribir y completarse. Más adelante nos referiremos a El asno de oro, de Apuleyo, el simpático burro forzado a ladrón por los bandidos que atrapan al personaje metamorfoseado Lucio, quiso volar (convertido en ave, pero tuvo que cargar con todo su dolor, su dura e irónica enseñanza).

[13] Este animal se relaciona con la riqueza y la fertilidad (La Diosa Blanca, Robert Graves). Algunos nahuales que toman esta forma pueden entrar a hurtar en las casas.

[14] O tecolote (aztequismo), igual totola (por pavo o guajolote), “cuando el búho canta el indio muere” dice el dicho. López Austin menciona en Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl:

[…] el hecho de que los curanderos lo sean por defectos corporales innatos y de que los tlatlacatecolo manifiesten sus futuros poderes antes del nacimiento, desapareciendo y apareciendo cuatro veces en el seno materno, son razones suficientes para hacer suponer la predestinación, independientemente del día del nacimiento y de la fecha en que el niño es ofrecido al agua. El tlacatecólotl que recibe su poder de fuerzas sobrenaturales, por consiguiente adquiere su virtud no sólo por la fecha calendárica de su nacimiento, sino por una influencia prenatal […] Sahagún nos dice que, al ser capturado uno de estos malhechores, se le cortaban los cabellos de la coronilla, con que se veía desposeído de su fuerza y moría poco después. (López Austin 88-89 parece afirmar que eran rayas.”a. )

 [15] El dios Xólotl es la divinidad de las transformaciones, de los brujos y de los monstruos:

Nahualli es el que tiene poder para transformarse en otro ser. Conocida es ya esta facultad cuando [se] trata de dioses, que adquieren figuras humanas y animales. Los hombres pueden convertirse en fieras –los tecuannahualtin de los que habla el Códice Carolino– tales como leones, tigres, caimanes; en perros, comadrejas, zorrillos, murciélagos, búhos, lechuzas, pavos, serpientes; en fuego, como arriba se vio, y aún pueden desaparecer completamente para evitar el peligro. Un solo brujo puede convertirse en diversos animales, de lo que es ejemplo clarísimo el caso de Tzutzumatzin, Tlatoani de Coyohuacan, y una vez transfigurado puede seguir cambiando de formas. (López Austin 96)

 [16] Entre los tártaros, no lejanos de Gógol, en el mismo Volga, hay un ente muy cercano:

El ubyr de los tátaros del Volga es un alma de carácter particular que todos los hombres no poseen obligatoriamente. A la muerte de su portador, el ubyr’ continúa viviendo y sale por la noche «por un pequeño orificio cercano a la boca del cadáver para chupar la sangre de los hombres dormidos» (HARA 199): está pues en relación con el 79 mito del vampiro. Se destruye el ubyr desenterrando el cadáver y fijándolo al suelo con una estaca plantada a través del pecho. El ubyr de un hombre en vida es igualmente nefasto y sale frecuentemente del cuerpo de éste para cometer toda suerte de fechorías. Se lo puede hallar en forma de bola de fuego, de cerdo, de gato negro o de perro. El ubyr pierde su potencia cuando aquel que lo ve parte una horca de estiércol de madera o cualquier árbol horcado. (Chevalier & Gheerbrant 79)


Víctor Toledo es investigador del posgrado en Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, México.