«Las imágenes […] se sitúan en algún lugar por encima de las cosasprácticas y por debajo de los fuegos desencarnados que animanesas cosas».(R. Arnheim. El pensamiento visual)

 

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Ubicamos a Luis M. Pimentel dentro de la primera hornada de narradores y poetas del presente siglo. A la fecha tiene dos novelas cortas, Triángulos Alterados (2015), La Torre Pájaros (2021) y cuatro poemarios, Estuvieron cerca los almendrones mientras creímos haber amado (2021), Canción de cuna para Ananda (2017), Figuras Cromañonas (2007) y con el libro poético Esquina de la mesa hechizada (2015) alcanzó la máxima presea en la I Bienal Nacional de Literatura Rafael Zárraga, Venezuela. Hoy me ocuparé de uno de los cuentos de su reciente obra, Ventanas panorámicas, 2021.

Ventanas panorámicas nos regala siete tipos de ventanas: Etérea, Eros, Ciudad, Hierro, Galáctica, Perros y Ciudad guerra. Ileana Arteaga deslindó palabras reflexivas sobre la obra, «que una ventana no sea más un objeto inerte —el marco donde nos detenemos a contemplar sin participar, y se transforme —ojalá— en el dispositivo para escapar a la realidad literaria […] ventanas que lejos de fronteras, son unidad alejada de lo gastado». Oportuno e inquietante entrecomillado.

Empecé la lectura. Un momento. ¡Qué prosa tan cuidada y brillante! Me apropié de la «Ventana Eros». De entrada, aparece el cuento «Guayoyo». No tuve otra alternativa que despojarme de la mirada de lector de «a pie» y disponerme a disfrutar y recrearme bajo el halo del aroma del café, su residuo laminando que marca el interior de la taza -borra-, las coordenadas de gustos/deseos y el saber del protagonista por encima de cualquier vaticinio que la «borra» -difusa en los pocillos o tazas- decidió ocultar. En adición, el verbo encontrar y la presencia glamurosa de los cinco sentidos.

En cuanto al argumento, el protagonista se ve envuelto en la trama que él va creando a través del objeto taza, ese pocillo que representa la ausencia significativa de lo amado. En ese trayecto, se monta la ausencia con denodado acierto mediante asociaciones, objetos reveladores, lugares comunes, valiéndose de los cinco sentidos para remarcar la cotidianidad latente dentro de la “no presencia” material/física. Para ello, también recurre a elementos volátiles como calor, silbidos, perfume, revelaciones, expansión mágica, miradas, cuadros, una película, comida invisible y recuerdos evocados con reincidencia.

Guayoyo es el café claro que más parece un arte culinario cotidiano, dado que en muchos lugares es infaltable en cocinas y reuniones. En Venezuela, país de Pimentel, nadie desprecia una tacita de café. En el relato, la taza de café representa un motivo para tejer una historia llena de significado, aunque, en el fondo, pondere una pérdida alimentada emocionalmente. La taza de café trabaja como aliado para, en medio de esta privación, proyecte impulsos humanos de placer o eros, delicias mesuradas y trascendentes. Por añadidura, este placer se percibe y enmarca como una obra de arte o ventana por la que se vislumbra, en primer plano, al personaje protagónico encuadrando su propia privación, sea pasajera, permanente o por contingencias.

Al principio, sobresale el verbo “saber” para demarcar un conocimiento pleno de los hechos. Entramos al relato mediante un enunciado tal como «Sabía que la taza [..] en el mismo sitio donde la habías dejado». De manera implícita se sabe los deseos del objeto amado en «tenías ganas de muchas cosas». Para luego, enunciar «Sabía que dentro de ti estaban todos aquellos deseos que no descubrí en la borra», porque no necesitaba observarlos en esa nebulosa, por estar ésos en el dominio de su memoria, la cual está llena de saberes guardados que afloran durante la ausencia de la amada. Posteriormente menciona «supe que […] el café fue lo que más te gustó», y pondera la destreza del habla en «te convertiste en una exitosa estrella» sin desprenderse de la taza de café cuando estaba en un escenario. El protagonista sabía (conocer) las preferencias de su objeto querido (presentadora de televisión). Presumimos que la memoria, mediante recuerdos, supera a la «borra» que intentaba decir algo. En todo el texto, el café se expande, llegando a compararlo con unas litografías «que colgaban en tus paredes y tenían como sentido el café».

Otro verbo considerable es «encontrar» (hallar, focalizar). Al terminar la comida, el protagonista descubre/intenta ver a la amada como apreciamos en «yo te encontraba en la sobremesa […] cuando sonaba la cafetera eléctrica», momento memorable de la historia; también, «te encontraba cuando iba a la panadería […] en la parte más caliente del local». Apreciemos que ambos escenarios: la mesa donde permanecía la taza y el establecimiento evocan “calor”.

En cuanto a los sentidos, observamos que se enfatizan como un arma poderosa en Guayoyo. Vemos al protagonista implícitamente tocando la taza en el enunciado «la iba a lavar» y aludiendo a la muchacha en lo siguiente «no soltabas la taza en el escenario». Después, Mira figuras en «Miraba tu fotografía en el portarretrato» o «las veía, pero no podía leerlas, la infusión era muy clara» e indescifrable, y ve cuadros y losetas en el piso. Luego, enfatiza el gusto del propio café en granos «quería que al tomarlos sintieras el campo», y particularmente en «buena experiencia a mi paladar». En cuanto al olfato, oler «la gloria del aroma» y el «perfume que siempre andaba contigo». El sentido del oír profuso en «el silbido de la máquina» en la panadería. En definitiva, el cuento Guayoyo es tan potente que superó la textualidad de su ventana, para recordarme el poema «La segunda tacita de café» (Julio Miranda) en otro contexto, obviamente. También me asaltaron las palabras de Ginés Cutillas (La vida en falso, 2022), «lo último que se olvida de una persona es su olor, la mirada del alma, lo llaman».

En lo que concierne a los enunciados llenos de eros o placer, tenemos primero «nos reconstruíamos en el sofá» pues juntos, la perra, él y ella veían la tele en el diván. En segundo lugar, «Tus labios […] buena experiencia a mi paladar» para marcar sutileza en el sabor y/o gusto por la amada mediante el café caliente con aroma, borra y recuerdos. En tercero, «Las ansias de nuestros abrazos» como resultante de haber molido los granos frescos para que sintiera el campo y conectar el amor (abrazos) cálido, ardiente, dispuesto a entregarse como tal. En cuarto, «[perfume siempre andaba contigo]. Ese olor me desmembraba» al recordar al protagonista de la película El perfume, esencia asociada al aroma del café; además, advertimos que el “desmembramiento” es disgregado, despedazado en los lugares y cosas evocadas.  Y, por último, ese final impactante de succión en el enunciado «para beberte entre sorbos», de donde deducimos: acción lenta de extender los recuerdos poco a poco, en intervalos ligeros, uniendo en esa succión demorada la prolongación del recuerdo y todos los sentidos hermanados: oler café (aroma incrustado), gustar residuos de guayoyo en el paladar, ver la taza después de haber oído los silbidos de la cafetera, para finalmente tocar el pocillo o taza.

Los signos e imágenes que nos regala el texto conmueven, despiertan; nos mantienen en vilo con sutileza y hermosura a través de una ventana, lumbrera o mirador, recorriendo emociones y sentidos en momentos en los que la sensibilidad autentifica al ser amado. En este escueto y gigante cuento, cada palabra o situación significa demasiado, a pesar de que el protagonista no dice todo para que cada lector amplíe su ventana y salga diferente, o encuentre su propia historia o «historia B», como señala Ricardo Piglia. Animo a lectores a sumergirse en la voz y ritmo de las palabras, entre la brevedad y lo trascendente de los cuentos de Pimentel, para reconocer todos los sentidos posibles en mundos evanescentes como el café, borra, humo, silbidos y aromas que se cuelan mediante una ventana amplísima como es «Guayoyo», en Ventanas panorámicas.


 

Cuento «Guayoyo».

De Ventanas panorámicas. Luis Manuel Pimentel.

 Sabía que la taza estaba en el mismo sitio donde la habías dejado, la borra era casi imperceptible, lo noté cuando la iba a lavar, había figuras que revelaban tu futuro. Las veía, pero no podía leerlas. La infusión era muy clara para entender lo que predecía.

Entendimos que algún extraño acontecimiento ocurriría, tenías ganas de muchas cosas, de viajar, comprar libros, obsequiarle la muñeca de trapo a tu sobrina cuando la volvieras a ver, tener una nueva casa, darle comida a los pájaros, regalarle a la perra en su cumpleaños el primer corte de pelo. Sabía que dentro de ti estaban todos aquellos deseos que no descubrí en la borra del café, sino en la memoria y en las palabras fundidas como una revelación cotidiana.

Como las historias de las dos litografías de Pablo Picasso que colgaban en tus paredes y tenían como sentido el café, imágenes que siempre llamaste la otra revelación del hombre, eran piezas famosas y queridas por ti. Al igual, la fotografía que decoraba la cocina de unos pocillos sobre unos pocillos que parecía sacada como de una instalación conceptual. La comida siempre dispuesta de la mejor manera para no sentir que faltaba algo, y si faltaba, el mismo orden hacía que no pareciera: la comida invisible, como la llamamos alguna vez.

El piso de tu casa con esas cerámicas de mosaicos producía una expansión mágica que llegaba a los cuartos, al baño y volvía a la cocina. La posición de las ollas era inamovible gracias a los clavos pegados a la pared. Nos reconstruíamos en el sofá, en el que solo cabíamos la perra, tú y yo; aunque de pronto, pasaba tu mamá haciéndose la loca mientras daban los comerciales de las noticias.

Supe que durante tu infancia el café fue lo que más te gustó, una especie de liberación abstracta que sentías cuando lo tomabas y hablabas con tus amigas que te tildaban de comunicadora, y tan así fue, que después te convertiste en una exitosa estrella de un programa de modas y no soltabas la taza en el escenario. Tus labios siempre fueron una gustosa experiencia a mi paladar. En los platos servidos estabas tú. Pero de verdad yo te encontraba en la sobremesa, en el instante cuando sonaba la cafetera eléctrica indicando el momento esperado.

Cuando iba al mercado muchas veces mandé a moler los granos frescos. Quería al tomarlos sentir el campo y descubrir las ansias de nuestros abrazos. También te encontraba cuando iba a la panadería, el humo, el aroma que quedaba en el espacio y el silbido de la máquina me hacían ir hasta la parte más caliente del local.

Al llegar a casa me ponía a pensar en la gloria del aroma y aparecía en mis personajes Jean-Baptiste Grenouille, en medio de El Perfume; ese perfume que siempre andaba contigo. Ese olor me desmembraba. Miraba tu fotografía en el portarretrato que compré cuando fui la primera vez a Estambul, y me daba inquietud pensar qué estarías haciendo. Hoy tu pocillo en mi casa está limpio, lo vierto de café para beberte entre sorbos.

 


Bibliografía
Cutillas, Ginés La vida en falso, Editorial Tres Hermanas, 2022
Liendo Alejandro Diccionario Venezolano en https://diccionariovenezolano.com
Pimentel, Luis Manuel. Ventanas panorámicas. LP5, 2021

CARMEN CONCHA-NOLTE. Licenciada en Lingüística con estudios completos de Maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana. Ambas cursada en UNMSM, Lima. Nació en Piura, Perú. Trabajó como correctora en el congreso peruano y otras instituciones. Enseña español. Tesis «Léxico de cerámica y alfarería de Chulucanas: estudio semántico y lexicológico» (ref. citada en Google). Primer análisis «La oposición en el cuento “El Cristo Villenas”» de C.E. Zavaleta, Alma Mater, no.15. 1998. Colaboró en revistas. Últimamente, finalista en concursos promovidos en medios digitales como Mundo Escritura, Creatividad literaria, Mental Red (España) y otros. Muestra de su obra está en Antología 2021 (Mujer T., Texas, 2021); El verdadero nombre de las cosas, Escuela de Escritores, alumnos 2021-22. Madrid, 2022; Tigres para Juan, Brevilla. Chile, 2022. Aportes en Revista Literaria Trinando, N. 38, mayo 2022, Colombia-Mx. Colaboradora en Rev. Las Críticas. Publicación «Proceso de escritura en “Este maldito sol de agosto”» cuento de Lilian Elphick,  Las Críticas, junio 25, 2022. Participante en talleres Seattle Escribe (Washington), Hugo House (WA), Escuela de Escritores (España), «De cerca nadie es normal» (JV Chang -Perú) y diversos. Actualmente, trabaja Microrrelato, poesía, análisis literarios, opinión. Vive en el estado de Washington hace 21 años.