Fiel a su pasión exploratoria, experimental y, ciertamente, transgresora, Luis Correa-Díaz se embarca en un viaje único al corazón mismo del centro pencopolitano y lo hace de la mano de Alonso de Ercilla, poeta semilla de la poesía chilena e hispanoamericana, Virgilio tutelar a quien el poeta chileno-americano hace hablar a través de una infatigable lectura vivencial de La Araucana.

De igual manera, este poeta se convierte en una especie de avatar de aquél, a quien hace volver a la fértil provincia en sus tempranos 60 añitos, y ésta es, simplemente, la trama de este libro.

Épica en reversa, descenso que no es, en este caso y evidentemente, a los infiernos, sino a la página escrita y reescrita, cuyo QR invisible y de fondo, como un viejo sello de agua, es una octava real. Correa-Díaz se baja en pleno terminal de buses en la calle Collao y pasa a entablar una conversación intemporal con el “primer poeta joven” de la nación, como lo dijera, con lucidez, Enrique Lihn (quien de Chile y de su poesía siempre supo demasiado). Correa-Díaz, en pleno siglo XXI, retoma esta posta de siglos, para hablar con los poetas vivos y muertos, entre ellos él mismo, como un post-lector de Ercilla y de los poetas mapuches y cantantes “etno-urbanos”; habitante en diálogo incesante con el sur de Chile y su historia de antaño, actual y futura.

Diálogo de muertos, habría que aclarar, diálogo de exiliados, poetas extranjeros en su propia tierra; esa tierra que dejó de ser del poeta, un Luis que se abrevia a sí mismo con “lcd”, un Correa-Díaz, que un día partió “a USA a hacerse docto en mirar desde fuera”. Y desde afuera, Chile se ve mejor. O se lo ve distinto, de una manera que resultaría poco menos que imposible desde dentro, tal cual el poeta lo ha dejado de manifiesto en su El Escudo de Chile (México: Editorial OXEDA, 2023).

Ercilla en Concepción es, por esta razón, un recorrido tan personal como literario, caleidoscópico, por no decir fractal, y alucinante, en un tiempo donde todo se mezcla en un orden de cosas que sólo un poeta puede diseñar: la historia de la nación, las páginas de un libro fundacional y la bio-poética del mismo poeta que habla y escribe; y descubre también en esta escritura que tal vez ya “sea hora de irse muriendo”, como señala en “Edad mía”, uno de los poemas iniciales. Pero no todavía, no antes de recorrer estas tierras tan de nadie y tan de todos.

Poema en 15 cantos + agregados necesarios, una primera parte que promete no buscar ni segundas ni terceras, como asegura el poeta hacia el final, que fueron distribuidos como primicias en screenshots para los amigos y las redes sociales en estos tiempos sin poemas donde hay más poemas que nunca en la historia del ser humano, donde el Parnaso aparece ya democratizado online.

 

Ercilla en Concepción nos habla, insisto, desde todas partes: arriba de un taxi, en un cuarto de hotel o registrando —“suceso real y fabuloso al mismo tiempo”— a don Alonso de Ercilla y Zúñiga cuando toma un bus en pleno Concepción centro para darse “una vueltecita en la city”. Una vueltecita que damos junto con él los lectores de este texto centrípeto en uno de esos buses con nombre de sistema solar, de conjunto de estrellas distantes, de universo.

University of Oklahoma

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