La llamada «cultura de la cancelación» es, en esencia, una manifestación social, plural, ominosa, incisiva, aborrecible, neofascista y conscientemente mal intencionada, que busca borrar de un tirón la obra, la historia, la trayectoria, la reputación o méritos de una persona o grupo social,
una empresa, una institución artística o deportiva, y lo que es peor aún, de una nación entera… como es el caso de la Federación de Rusia. Las razones o motivos son —la más de las veces— pueriles o abominables, absurdas y canallas, que se revisten de algún tipo de lógica y «justicia» para justificar dicha manifestación tóxica-social. Quienes lo padecen no tienen, de inmediato, la manera ni las herramientas para revertirlo ni enfrentarlo, no tienen de momento la forma de defenderse ante la avalancha súbita que significa la «cancelación». Este fenómeno social es un tipo de bullying «merecido» y «aceptado» que persigue soslayar, ningunear, marginar e ignorar la sola presencia de quien lo padece.
Si bien este fenómeno no es nuevo su nominación sí… En el 2019 el término «cancel culture» fue la palabra o frase más consultada en el Diccionario australiano Macquarie… La «Cultura de la Cancelación» ha tomado hoy día un significativo empuje como «herramienta» de presión política contra Moscú, con un inédito, vigoroso y repugnante boicot contra toda producción artística (por no hablar del deporte, las empresas, las entidades financieras y hasta las personas comunes por el simple hecho de ser ciudadanos rusos o rusoparlantes de otras nacionalidades), y la literatura rusa no ha sido la exención. Así como en la Alemania nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, se llevó a cabo esta práctica criminal contra los Judíos y todo lo que esta comunidad representaba. Hoy día Occidente parece revivir y utilizar esta «arma» en contra de Rusia y todo lo que represente un disenso político y cultural. El investigador y periodista Juan Gabriel Batalla sostiene en su libro «La Cultura de la Cancelación» (Editorial Indicios, 2021) que «En el pasado las cancelaciones eran cosas de Estado u otros poderes y lo que sucede en este momento con la invasión rusa a Ucrania y las cancelaciones de artistas, directores o películas es una vieja-nueva variante, porque ahora se producen bajo el aval de la globosfera, de una comunidad hiperconectada que consume información». La «cultura de la cancelación» no dialoga, sino que impone furiosamente el silencio, condenando el debate y el disenso de opiniones contrarias, pues lo que realmente persigue es demostrar poder y erradicar, humillar y proscribir el consenso imponiendo lo que consideran político e ideológicamente «correcto».
Busco, con estas palabras, reprobar la bochornosa «cancelación» sistemática que viene padeciendo la cultura rusa, que va desde el bloqueo odioso de la información, suprimiendo los canales informativos de Rusia en las redes sociales y en gran parte de Europa y el mundo «occidentalizado», hasta la negación y rechazo a la participación deportiva de atletas rusos en competencias internaciones, pasando por el cierre de cátedras académicas dedicadas a la literatura rusa y sus más importantes escritores, como es el caso de la Universidad de Milano-Bicocca que decidió suspender el curso sobre Fiódor Dostoyevski (para luego retractarse ante las críticas por semejante bodrio). El director Valery Gergiev, corrió con la misma suerte al ser despedido de la Filarmónica de Munich y la cantante lírica Anna Netrebko a quien le cancelaron sus presentaciones en el Liceu de Barcelona y en la Ópera Metropolitana de Nueva York… Así mismo la suspensión de la presentación del Ballet Bolshói en el Teatro Real, con el cual el famoso coliseo madrileño se sumaba al veto de artistas rusos en todo el mundo, o al menos en la muy culta y civilizada Europa. Otros hechos, no menos canallas, refieren el despido de músicos de orquestas sinfónicas y filarmónicas de Alemania, Países Bajos y Reino Unido entre otros vetos y persecuciones más ruines y deleznables.
La razones de Occidente suponen un rechazo a la «Operación Militar Especial» de Rusia en la región del Donbass, al este de Ucrania, donde se ubican las nacientes repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, que vienen padeciendo —desde el derrocamiento de Viktor Yanukovich— un exterminio sistemático y criminal por parte de grupos neonazis de Ucrania y sus fuerzas armadas permeadas del nacionalismo fascista que enarboló Stepán Banderas (un redomado nazi fascista y criminal de guerra) a quien exaltaron como «héroe nacional».
Como lo advertí en un principio, estas palabras no son más que la reacción natural y caribeña ante la imposición déspota de Occidente de una «verdad» y una «moral» oficial; son —a decir verdad— mi encabronada respuesta a la cancelación de la cultura rusa y busco, a contracorriente, deshacer los nudos y acercarme con bondad a la vida y a la obra del más grande poeta ruso, un poeta superior de estupendo resplandor, Aleksandr Pushkin (que ha sido quizás el más lapidado de los poetas rusos, cuyas estatuas han rodado sobre el cadalso hostil de la ignominia) como desafío y desagravio a la cultura rusa y su inconmensurable aporte a la literatura universal.
Pushkin es, en consenso, el poeta más grande de la literatura rusa. Su extraordinaria obra es vista y evaluada por todos como la más importante de la poesía eslava-cirílica y rusoparlante. Ya, a los 25 años era el poeta más influyente de su generación. Si bien es cierto que su escritura surcó todos los géneros literarios (cuentos, novelas, dramaturgia, ensayos políticos y literarios, crítica…) fue la poesía su lugar común, donde brilló con un resplandor magnifico y universal, con sobresalientes libros que van desde «Ruslán y Liudmila» (1820) hasta «La hija del capitán» (1836) justo un año antes de morir, publicando durante 16 años libros consecutivos, demostrando una actividad prolífera y rigorosa durante estos años.
Aun cuando parece evidente, algún desprevenido se preguntará: ¿por qué Pushkin? como yo mismo me lo pregunto ahora… Como recordarán todo esto viene de la arremetida occidental contra la cultura rusa y la tremenda arrechera que me da tan deleznable hecho; de ahí que busqué romper el cerco acercándome con mayor interés a su literatura, a la poesía rusa y sus más importantes autores. Todos hemos leído en algún momento un autor ruso (digo todos refiriéndome a los poetas que me acompañan o algún lector con amplitud) Leon Tolstoy, Anton Chejov, Fiodor Dostoyevski, Navokov, Gogól, Mijail Liérmontov y por supuesto Mayakovsky de lectura obligada para todos los jóvenes con utópicas voluntades en procesos revolucionarios. ¿Entonces, por qué Pushkin? porque tuve la suerte de leerlo hace 15 años, gracias a la selección realizada por Verónica Spasskaya para la colección Poesía del Mundo que publicó la Editorial venezolana El Perro y La Rana. Pero también porque Pushkin fue un tremendo tipo y arquetipo de la vida misma. Tanto su vida como su obra brillan y oscurecen a la vez, así lo sospeché cuando supe su admiración por Lord Byron, ese insumiso y provocador poeta inglés que logró escandalizar la sociedad de entonces con polémicas e irónicas posturas y de quien dicen fue un admirador de Bolívar, nuestro Bolívar, el Libertador de las Américas. Quizás fue por Lord Byron que Pushkin supo de Bolívar, a quien nombra en un verso de la novela «Eugenio Oneguin» que dice: «en traje de mañana, con un ancho sombrero a lo Bolivar, Oneguin se pasea por los grandes y espaciosos bulevares»…
Pushkin nació en Moscú el 6 de junio de 1799 y murió siendo aún muy joven, a la edad de 38 años, en 1837. Fue un poeta adherido al romanticismo inglés, de allí que algún atrevido crítico lo llamara el «Byron ruso». Sin bien es cierta (y nunca negada) la influencia del poeta inglés, al menos en sus primeros libros, también es cierto que Pushkin logró cultivar una voz propia y reveladora que superaba en veces la obra de sus referentes. El período byroniano coincide con su destierro en el Cáucaso y en Crimea, donde fue a parar luego de involucrarse en movimientos sediciosos y publicar poemas como «Oda a la Libertad» que encabronó al Zar Alejandro I. De este período son los libros «Ruslán y Liudmila» en 1820 (extenso poema con el cual anunciaba ya la promesa der ser uno de los más grandes poetas de Rusia), «El prisionero del Cáucaso» en 1822, «La fuente de Bajchi Sarai» en 1823 y «Los cíngaros» en 1824.
Pushkin, como todo buen poeta, estuvo siempre involucrado en líos de faldas y conflictos con el poder. Cuentan que del destierro fue desterrado una vez más, esta vez por el príncipe Voronsov quien rogó a la Corte de San Petersburgo y al Ministro de Asuntos Exteriores que lo librara de Pushkin, de quien advirtió ser «un débil imitador de un excéntrico de mala reputación llamado Lord Byron». La arrechera de Voronsov —según el experto en Pushkin Derek Bethea— probablemente se haya exacerbado por asuntos personales, ya que Pushkin perseguía abiertamente un romance con la esposa del gobernador. Esta culebra con Voronzov condenó al poeta a mayores dificultades, a la soledad y a pelar bolas en un ambiente hostil. A Voronzov le dedicaría luego unos lapidarios versos, cito: «Semilord, semicomerciante, semisabio, semiignorante, semicanalla, pero hay esperanzas que algún día sea un canalla entero».
Proscrito una vez más Pushkin se refugia en una casa campestre de su familia, cerca de Pskov. Escribe «Borís Godunov» (1825) una magnífica obra de tragedia histórica rusa que fue publicada seis años más tarde. En 1826, el Zar Nicolás I (recién coronado en el Poder) conoce la ascendente influencia del poeta sobre la juventud de entonces y busca —con franca demagogia y prevención— atraerlo y domesticarlo, perdonándolo y absolviéndolo de toda querella con el Gobierno del Zar. Este aparente armisticio le brinda a Pushkin la oportunidad de encontrar cierta estabilidad económica y emocional y continuar escribiendo utilizando la historia como motivación y contenido de dos poemas épicos: «Poltava» (1828) y «Los jinetes de bronce» (1833) y para su novela sobre la rebelión de Pugachev, «La hija del capitán» (1836). Si bien pronto se defraudaría del Zar Nicolás I, quien no dejó de vigilarlo y censurarlo, logró en 1833 publicar su novela (escrita en versos) «Eugenio Oneguin», donde el poeta alcanza la cima de su creación.
Sostiene la investigadora Dorothy Butchard, profesora del Departamento de Literatura Inglesa y Contemporánea de la Universidad de Birminghan, que en
«Eugenio Oneguin» «Pushkin transformó su crítica de Byron en una obra de arte que simultáneamente canaliza y desafía a su predecesor romántico. Aunque la estructura de «Oneguin» se inspiró en el largo poema de Byron “Don Juan», rehuye los paisajes exóticos que se encuentran en “Don Juan” a favor de un estudio detallado de la forma de vida rusa. Peter Cochran argumenta que “el héroe byroniano constituía un culto en el que Pushkin encontró un tema para la sátira”, y Pushkin logra combinar este enfoque satírico con patetismo para presentar un mundo cabal y plausible, en el marco de una trama bien estructurada». Un versátil Pushkin se permite romper y reconstruir sus opiniones y moldear y rehacer a gusto sus visiones e idea ofreciendo un enfoque fascinante del quehacer literario del gran poeta ruso.
Sobre su poesía se ha dicho todo menos lo obvio: fue un desafío permanente contra el silencio, del que sólo pudo escapar a través de sus versos. Así lo creo yo, caribeño y tropical, trescientos años después. Pushkin tenía un peso demoledor sobre sus lectores, que le seguían y admiraban como si se tratara de un laico bíblico. Cuentan que Dostoyevski no podía leerlo sin dejar de estremecerse; su hija Aimée, en la biografía que escribió sobre su padre, titulada «Vida de Dostoyevski» da cuenta del fervor y la emoción que le provocaba la lectura de Pushkin… Cuenta Aimée que (cito) «Recitaba admirablemente sus poesías; había una que no podía leer sin lágrimas en los ojos, “El caballero pobre”, un verdadero poema medieval, la historia de un soñador, de un don Quijote, profundamente religioso, que pasa su vida por Europa y por Oriente combatiendo por las ideas del Evangelio. En el transcurso de sus viajes tiene una visión: en un momento de exaltación suprema, ve a la Virgen Santísima a los pies de la Cruz… Eso es precisamente lo que le sucedía a él cuando recitaba; su rostro se transfiguraba, su voz temblaba, sus ojos se velaban de lágrimas. ¡Padre querido! ¡Era su propia biografía la que nos leía en aquel poema! También él era un caballero pobre, sin miedo y sin tacha, que combatió toda su vida por las grandes ideas…»
El Caballero pobre
Era un pobre caballero
silencioso, sencillo,
de rostro severo y pálido,
de alma osada y franca.
Tuvo una visión,
una visión maravillosa
que grabó en su corazón
una impresión profunda.
Desde entonces le ardía el corazón;
apartaba sus ojos de las mujeres,
y ya hasta la tumba
no volvió a hablar a ninguna.
Púsose un rosario al cuello,
como una insignia,
y jamás levantó ante nadie
la visera de acero de su casco.
Lleno de un puro amor,
fiel a su dulce visión, escribió con su sangre
A.M.D. sobre su escudo.
Y en los desiertos de Palestina,
mientras que entre las rocas
los paladines corrían al combate
invocando el nombre de su dama,
él gritaba con exaltación feroz:
Lumen coeli, sancta Rosa!
Y como el rayo, su ímpetu
fulminaba a los musulmanes.
De regreso a su castillo lejano,
vivió severamente como un recluso,
siempre silencioso, siempre triste,
muriendo por fin demente.
Por estos días, en medio del conflicto entre Rusia y Occidente en Ucrania, donde se redefine el nuevo orden mundial y se somete a Rusia a la canalla de la cancelación cultural y se ciernen conspiraciones, sanciones y amenazas desde Europa en particular, se ha hecho relevante un poema de Pushkin intitulado «Oda a los difamadores de Rusia» que escribió como respuesta a las intrigas e intromisiones que desde Francia y otros países europeos se gestaban en apoyo a insurgentes polacos (para entonces Polonia pertenecía a Rusia) y promovían una acción militar contra Rusia. Pushkin, tres siglos atrás, dejaba claro una verdad insoslayable y con vigencia total hoy día: «los problemas entre eslavos deben ser resueltos entre los eslavos mismos» …
Oda a los difamadores de Rusia
¿Qué es eso, calumniadores, que ustedes están agitando?
¿Cómo es que ustedes nos amenazan con excomulgarnos?
¿Qué los ha enfurecido tanto? ¿la agitación lituana?
Olvídenlo, se trata de una queja eslava, entre eslavos…
Antigua e interna disputa, hace tiempo que destino la plateó
Incógnita que ustedes no tienen la menor oportunidad de entender
Estas tribus colindantes hace tiempo que se están disputando
Cada partido, ya sea el nuestro o el de ellos,
agobiados bajo espesas nubes de tormentas…
Quienes mantendrán sus posiciones cuando las condiciones se endurezcan
¿Un altanero Lech, un ruso fiel?
Las cuestión es que si las corrientes eslavas se unen alguna vez en el mar ruso (o se reduzcan)
Déjennos solos: Ustedes no están familiarizados con cosas tales como las sangrientas tablas sagradas
Esta disputa es familiar: Lo que les importa a ustedes es Praga o el Kremlin
En cambio ustedes están totalmente embelesados con el audaz
Coraje de un combate justo –Y francamente ustedes nos están odiando.
¿Por qué? Sobre las bases de las cenizas de Moscú en llamas, nos rehusamos aceptar el poder del audaz que los hace temblar subyugados.
Respondan: por qué nosotros enviamos al ídolo que había predominado sobre los reinos, enviándolo al abismo. De este modo pagamos con nuestra sangre vital por la libertad de Europa, su estado y su paz.
¡Cuando uno los escucha hablar ustedes se muestran duros! Demuestren entonces la misma dureza en la acción
Es como si un viejo héroe calmo y relajado ni pueda calar su bayoneta ismailiana en su fusil, o si la palabra del Zar ruso fuera solo una barajita o las contiendas con Europa fueran algo diferente o los rusos en malas condiciones para superarlas.
Como si nosotros fuéramos unos pocos, y como si desde Taurida hasta los ruedos de Perm, y desde el ardiente Cáucaso hasta los fríos arrecifes de Finlandia, o desde el Kremlin estremecido en lo más profundo hasta los muros de la quita China…
El suelo ruso jamás se levantará y resplandecerá con sus cuernos de acero.
Luego entonces, si quieren, envíen a sus belicosos descendientes difamadores a nuestra tierra. Hay espacio suficiente en las praderas rusas, entre las muy apropiadas para sus tumbas.
Al igual que otro gran poeta ruso, Mijail Liérmontov, pero cinco años antes, muere el poeta Aleksander Pushkin al desafiarse a duelo. Estos tipos cojonudos y fogosos no dudaban en dirimir sus desacuerdos y defender su honor a pistola limpia y por el mismo motivo: ¡una mujer!… Curiosamente Pushkin fue señalado muchas veces de cortejar y seducir mujeres ajenas, tanto así, que incluso se sabe que tuvo una aventura con Calypso Polichroni, una hermosa griega que había tenido un romance previo, nada más y nada menos, que con su admirado Lord Byron. Pero esta vez le toco perder.
En Moscú había conocido a la muy hermosa y bienaventurada físicamente Natalia Goncharova de quien se enamora inmediatamente y desposa un año más tarde. Con su Natalia regresa a San Petersburgo donde el Zar Nicolas I le había otorgado el título de Gentilhombre de Cámara, en un gesto calculado y falso para mantenerlo cerca del palacio y de su esfera de Poder. Dicho título le permitió regodearse con la crema y nata de la alta sociedad en festines y bailes, donde Natalia deslumbró y llamó a atención de muchos varones (y muchas hembras quizás también) incluido el Zar.
Sabiéndose ya deseada por todos la vanidad de Natalia crece como crecen sus demandas de lujos, atenciones y dinero. Esta situación pone en vilo al pobre Pushkin quien comienza a padecer estrés y nerviosismo al tratar de cumplir las veleidades de su esposa. Pronto comenzaron los chismes y ya era comidilla las murmuraciones de que su esposa se veía con otros hombres a escondidas, pero en particular con un capitán francés de nombre Georges D’Anthés, quien servía como oficial de guardia del Zar. Pushkin comenzó a recibir comentarios y cartas anónimas donde lo trataban cual cornudo y en mofas públicas presentado cual cabrón. Toda esta situación terminó, desde luego, en una tragedia.
Sobre su muerte muchos autores han dado testimonio. Un Pushkin celoso y dislocado desafía a D’Anthés a un duelo. El lugar y la hora habían sido acordados de antemano. Puntual llegó Pushkin a la cita sabiendo que a la muerte nadie llega tarde… El hecho lo narra de manera extraordinaria el poeta mexicano José Emilio Pacheco y es mi gusto transcribirlo al pelo por su tono trágico, teatral y novelesco:
«El duelo fue en la tarde. Hacía quince grados bajo cero y soplaba un viento ártico. El capitán Georges D’Anthés disparó primero. Aleksander Pushkin se desplomó sobre la nieve, envuelto en su abrigo de piel de oso. Creyó que sólo tenía una herida en el muslo y de rodillas apuntó a D’Anthés. El disparo le atravesó la mano y le fracturó dos costillas. Sus padrinos llevaron a Pushkin en trineo hacia su casa. Sadler, el primer médico que lo atendió, se limitó a ponerle una compresa. El segundo, Arendt, le dijo que el daño era de muerte y no tenía esperanza de recuperación. La agonía se prolongó 48 horas. Pushkin murió el 29 de enero de 1837, antes de cumplir 38 años. No hubo artículos en los diarios. Todos estaban atemorizados ante el censor, el conde Benkendorf. Sólo en un suplemento, los Anexos literarios, Andréi Kraievski se atrevió a escribir: “¡Se puso el sol de nuestra poesía! Ha muerto Pushkin, nuestro poeta, nuestra alegría, nuestra gloria popular”. Un joven escritor, Mijail Liérmontov, hizo una elegía que le costó el destierro. En ella insinuaba que la muerte de Pushkin fue en realidad un asesinato. Los intentos de acallar lo ocurrido no sirvieron de nada: 32 mil personas asistieron al entierro, auténtica multitud en cualquier parte, sobre todo en una Rusia donde sólo una minoría disfrutaba del privilegio de la lectura» (Pushkin o el rayo que no cesa, Revista Letras Libres, 1999).
Recuerdo
Cuando cesa el estrépito del día en torno al hombre,
y a las mudas calles del pueblo,
clarísima, desciende la sombra de la noche;
cuando el sueño premia el trabajo;
entonces vivo horas amargas de vigilia
que se consumen en silencio.
En la nocturna paz, en mi interior se agita
íntima sierpe de la culpa;
y los sueños rebullen; y a la mente abatida
por la pena viene el dolor.
Ante mí, lentamente, la callada memoria
despliega su largo pergamino;
y al leer en él con asco aquello que yo he sido,
maldigo todo y me estremezco
y amargamente lloro y amargamente gimo,
mas no borro las tristes líneas.