La exclamación[2]
Quieto
no en la rama
en el aire
No en el aire
en el instante
el colibrí
El colibrí está parado en la eternidad. El hombre en lo efímero, en el instante.
Porque el colibrí, Huitzitzilin, “Espina sonora”, es un Dios, el Dios Sol, “La espina preciosa del Sur”, Huitzilopochtli.
En otro poema Paz vuelve a referirse al instante y a la eternidad:
Soy hombre: duro poco[3]
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.
Soy hombre, un instante, y la noche la eternidad y el misterio. El misterio es eterno, la eternidad misteriosa. El misterio, que etimológicamente significa secreto, iniciación[4], presenta la dialéctica de que cuando se revela se vela y viceversa. Así funcionaban los misterios para los iniciados en la profunda Eleusis.
Así el poeta tiene una revelación, ve a lo alto, a esa luz, que son los ojos brillantes lanzando rayos de conciencia y plenitud, las estrellas, la boca ardiente nocturna, las espinas preciosas que penetran el velo de la noche. Y la dimensionan como enorme, la hacen ver, la hacen presente.
Las estrellas son nuestro destino, nuestro origen, dicen nuestro destino, éste está escrito en ellas (recordemos el poema de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, de El libro del buen amor: “De la constelación y el planeta bajo cuyo influjo nace cada hombre. Veracidad de la astrología”[5])
Los astrólogos sientan, en el razonamiento
Sobre la astrología, este conocimiento:
Todo hombre que nace, desde su nacimiento,
Bajo un signo respira, hasta el último aliento.
Lo dice Tolomeo y dícelo Platón,
Otros muchos maestros tienen esta opinión:
Que según sea el signo y la constelación
Del que nace, así luego su vida y hechos son.
Muchos hay que desean seguir la clerecía,
Estudian mucho tiempo, gastan en gran cuantía
Y, al cabo, saben poco, pues su hado les guía;
No pueden combatir contra la astrología.
[…]
Los astrólogos, creo, predicen realmente
pero Dios que creo natura y accidente,
puede mudar el rumbo y obrar distintamente;
[…]
Así pues, el Señor cuando el çielo creó,
puso en el sus señales y planetas ordenó,
poderes e influencia a todos otorgó,
Pero poder más grande para sí reservó.
Es decir, por ayuno, limosna y oración
Y por servir a Dios con mucha contrición
Se deshace el mal signo y su constelación;
El poder de Dios quita toda tribulación.
Lo que Dios escribe en las estrellas se refleja en nuestras vidas, dice Juan Ruiz, de filiación Platónica y por lo tanto reconocedor del poder del Intellectum, lo que los estrelleros (astrólogos) vaticinan, leen en las estrellas, se cumple, pero como Dios es el autor de esta escritura astral, el diálogo con él hace cambiar nuestro destino, pues sólo Él tiene el poder para borrar o reescribir su escritura, para firmar y confirmar el firmamento. Todas las cosmovisiones y místicas mencionadas aquí están permeadas o relacionadas con el platonismo, así el poema de Paz también de filiación oriental, musulmana y hebrea. En él la poética apolínea de la luz parte de la dialéctica del concepto y del sentir, guiado por el concepto, lo que lo hace único, el pensamiento conduce la revelación y el ritmo o la música, la otra parte fundamental de su poética, expresa lo sensible, hace más profunda la concepción, la imagen, pensamiento sensible, es portal a una luminosa visión: cosmovisión.
Las tres Gracias[6] del mundo órfico-pitagórico-platónico, que se desdoblan en las nueve musas (que posteriormente se transformarán en Ángeles, en la teología medieval y del Renacimiento), las tres estrellas a la derecha de Apolo, el Dios del esplendor, en la décima esfera celeste, la más alta, despliegan el mundo con su movimiento cíclico, pues son las que inician el movimiento, el mundo, ya que Apolo es el motor inmóvil, así desatan el tiempo para retornar a su origen, el tiempo mana de la Eternidad, de la mente de Apolo con su reflejo en las musas cada una relacionada con las esferas planetas. La Gracia central, pivote del primer movimiento, girándose hacia el Dios y sus hermanas, y también musa subterránea es Talía, la surda Talía (recordemos al colibrí), o sea la silenciosa Talía, Musa del Silencio nocturno (hermético), del silencio sonoro, “y es enorme la noche”, mientras el poeta no preste atención, al monstruo de la insondable Nix y no olvide el paso del tiempo y se situé en el Aquí y el ahora, no la escuchará. No oirá a la noche con sus estrellas, a los ríos subterráneos del tiempo que lo llevan a su catábasis-anábasis.
Por el oído zurdo de la respiración en conjunción con el derecho se abre la puerta del centro, el canal de la serpiente para oír a esta musa, a la forma de la dicha y al conocimiento puro: producida la conciencia del instante, del Aquí y Ahora, despierta la Musa oculta, la surda deja oír su voz, el silencio nocturno, la tierra baldía, del agobio, se trasmuta en júbilo universal. La Musa de la poesía bucólica nos revela la inocencia y el florecer de una Tierra viva e inicia la ascensión hasta llegar a las Musas de los estratos superiores, las causantes del rapto: Euterpe, la muy agradable, del dulce timbre, de la flauta, musa de la esfera de Júpiter, Polimnia, la de los himnos corales sagrados (los de los ángeles-estrellas), en la esfera de Saturno. “De pronto me doy cuenta” dice el poeta raptado. Finalmente Urania, la Musa de las estrellas fijas, de la astronomía-astrología, todas hijas de Zeus y Mnemosine la Diosa de la Memoria del mundo, todas se identifican según Hesiodo con los tonos ascendentes de dos tetracordios pitagóricos, la-si-do-re-mi-fa-sol-la, de los acentos griegos surgieron las notas de la música.
Así Ficino y Pico de la Mirándola entienden el movimiento de las Musas de esta manera, procesión desde el Origen, rapto, y retorno al origen, de izquierda a derecha. Platón identifica el número con el tiempo que imita la eternidad y gira según el número. La energía mental de Apolo encarna, proyecta, el primum mobile, la danza circular, el viaje sagrado y el canto revelatorio y deslumbrante de las Musas. Así la energía conceptual de la imagen pensante de Paz desata la música profunda de la revelación sensible, el develamiento al unísono. El periplo de Paz va del Silencio de la noche hermética al esplendor de la luz de la conciencia. Del oscuro misterio a la luminosa revelación, del Silencio a la voz, de la conciencia existencial del instante a la comunión con la Eternidad.
“Sin entender comprendo” dice el poeta y eso, decíamos, es el misterio lo comprensible incomprensible. También está en el Libro. Dios es el Libro donde todo está escrito ya. Así en la mística hebrea y la azteca, la prehispánica (los códices, especialmente los oráculos). Así, en la gematría de la Cábala, donde está escrito nuestro nombre y nuestro destino, como el Libro es el mismo Dios que así mismo se escribe, transcurre con su escritura cósmica. Las estrellas, son signos, letras y símbolos, mitos-libros dentro del Libro.
Los ángeles trasmiten, y los poetas a través de éstos, la escritura sagrada, el verso de Dios.
Scholem al estudiar los lenguajes en la Cábala[7] nos descubre que: todo fue creado con la combinación de las letras del lenguaje divino, esas combinaciones en número de 231, son puertas de lo surge todo lo creado, lo real está fundamentado en esas combinaciones del origen con la que Dios creo el movimiento del lenguaje, el alfabeto es el origen de la lengua y por lo tanto el origen del Ser, la Torá, El Libro Santo fue escrito con la tinta del fuego negro sobre la página del fuego blanco, más allá del lenguaje está la reflexión de éste que es pensamiento puro, que se piensa a sí mismo, el profundo sentido silencioso que anida lo innombrable, quizá el sonoro silencio de la más alta música del Verbo-Verso, Dios observándose, reconociéndose a sí mismo, a través de Él-nosotros. El mundo del lenguaje es el mundo espiritual, el mundo mudo que habla, así como la letra es el instrumento de la escritura del mundo el único hablante infinito es la divinidad. En el lenguaje humano, sobre todo en su más alto escalón, la Poesía, hay el esplendor del lenguaje divino que coincide con él en la revelación. Los nombres están detrás de las palabras, conjurados a la realidad, por medio de la alquimia de la numerología, la combinación y reordenamiento de las frases de la oración en los dos sentidos del término, de tal forma que se descubre así la dimensión oculta en que la invocación a Dios, la oración de las letras, es una inmersión, un conjuro en ese nombre.
En el hombre y su ángel. Iniciación a la caballería espiritual[8], sobre la tradición chií, Henry Corvin se refiriere, desde esta tradición islámica, a lo que se revela es la resurrección de los muertos: el despertar de la muerte espiritual, la agnosia, el abrirse al sentido oculto del Libro santo (Dios, el Universo, el Uno), a lo esotérico, así el hermeneuta, el enviado, crea el nuevo nacimiento. El iniciado aspira a este nuevo inicio buscando un maestro (en este caso la estrella-ángel, su ángel) por lo que ahora tendrá el deber de trasmitirlo, de deletrearlo al siguiente eslabón de la cadena gnóstica. Así el poeta y su texto, la poesía es un texto sagrado sin dogma. La lengua nace del hacerse sonora de la escritura, y de aquí el Ser, en el tercer estadio, de esta concepción mística, aparecen las letras cual seres angélicos cuyos nombres se revelan desde sus iniciales.
“Y alguien [Dios, la eternidad], en este instante” lo está escribiendo en tanto aún no concluye su vida. (Las estrellas son cifras brillantes sobre el Libro abierto de la eternidad). Aunque su destino ya está escrito en este Tomo del instante eterno, aunque ya concluyó, la vida es el desarrollo, el despliegue de esta escritura del firmamento. Es ese instante, la eternidad sin tiempo lineal, el futuro pasado, el pasado futuro, el presente perpetuo del instante que es la eternidad. Él es el instante pero que está dentro de la eternidad, una oración dentro del Libro y la eternidad es en él.
El instante que transcurre sin fin, es finalmente, el instante estático, el sí mismo. El instante que estático es la eternidad. Todo lo que transcurre es sólo apariencia, lo efímero. La eternidad no transcurre, siempre es. Es el presente, el pasado y el futuro. Todos contenidos en ella, presente eterno.
Octavio Paz observa el tiempo sagrado, lo descubre, aunque rebelde, se le revela. El tiempo sagrado es cíclico, como el poema. Así, en la exclamación del Colibrí, Paz propone leerlo también de abajo hacia arriba. De esta manera, él, el hombre y el colibrí, que es un Dios, alcanzan la trascendencia.
Recordemos que en la mística hebrea Dios escribe en letras de humo sobre las páginas del vacío, el mundo, la creación, el tiempo, la noche, la eternidad. Y el Verbo que crea el mundo, es un versículo, un verso.
Lo que fue, será, y lo que se hizo, eso se hará. “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol.” (Eclesiastés 1:9).
La noche simboliza igualmente la muerte, vivimos en el reino de la muerte. Las estrellas, en cambio, la esperanza y la conciencia de algo más allá de ese velo, la luz en la oscuridad. Asimismo, junguianamente, Nix, hija del Caos (el caos es el orden sagrado) representa el mar insondable del subconsciente y las estrellas su iluminación.
Los astros son espinas preciosas en la carne oscura del sacrificio de la noche, del sacrificio del tiempo que se hizo para adquirir la conciencia iluminada de la trascendencia, de nuestro origen divino y nuestro retorno al reino verdadero, el de la vida.
La estrella de 7 puntas significa la lira cósmica, la música de las esferas, la armonía del mundo, como el número de sílabas de cada verso del poema de Paz[9].
Durante la Ascensión, ¡oh, Señor!,
Temblaron los demonios del aire.
El coro de las estrellas inmortales
Enmudeció de asombro.
El sonriente éter, sabio
generador de la armonía,
tañó la lira de siete cuerdas
e interpretó un aire triunfal.
Más tú con alas extendidas,
Irrumpiste a través de la azulada bóveda
Y reposaste en las esferas
De pura Inteligencia:
Fuente de todo lo que es bueno,
El cielo se llenó de Silencio (Sinesio[10], Joscelyn 33)[11]
El Silencio con mayúscula es el canto más alto, la música silenciosa de las musas y los ángeles, la música y la poesía sagrada. Paz es un poeta apolíneo, a su verso lo conduce la inteligencia, el concepto, la imagen clara y profunda, reveladora, pero no descuida el equilibrio, el ala sensible y esto lo logra con su música silenciosa, con su alto ritmo como coro astral.
“Al poeta que prefiere Apolo lo nutre la luz absoluta y la absoluta tiniebla, la alegría y la muerte; ama la tragedia, la forma pura, la nobleza del estilo, la distancia intelectual, la verdad desnuda y develada, y la armonía” (La luz de la noche, Citati, 43)[12].
Hermes el creador de la lira de siete cuerdas, junto a Orfeo, en las distintas versiones mitológicas, es su contraparte. Hay tensión entre el misterioso, el hermético, y nocturno Hermes (Dios de los límites, sin límite) y la claridad deslumbrante de Apolo, pero también diálogo y no falta el acuerdo de sus cuerdas.
Las estrellas “Para el judaísmo y el Antiguo testamento, obedecen a los caprichos de Dios y lo anuncian a veces” No son inanimadas, un ángel vela sobre cada una (Enoch), así Corbin ve al poeta –desde la mística ismaelí-, como un ángel que puede hablar el lenguaje de Dios, entonces quien escribe el destino del poeta es el ángel superior que lo conecta con Dios a través del texto, del tejido de la doble escritura, la del poeta y la del Ángel, la del ángel poeta que a sí mismo se deletrea.
Corvin, refieriéndose al místico persa del siglo XII, su maestro espiritual, Suhrawardi, dice que en la Teosofía de la Luz: “Toda teoría platónica de las Ideas se interpreta desde las perspectiva de la angeleológía zoroastriana (131)”. “En esta cosmología -comenta Tom Cheethamn- (131) una de las características principales de los Ángeles es que crean imaginando, y su imaginar es su forma de vida, son los poetas arquetípicos pues en ellos lenguaje y creación son uno. Hablar y ser son un solo acto. Todo lo que imaginan florece como realidad. Es el poeta el que más se acerca al lenguaje de los Ángeles [a la música de las esferas alcanzando la escala mayor]. Es un lenguaje de imágenes e Imaginación.”
Las estrellas son ángeles, quizá el poeta es el ángel caído levantado otra vez por el Ángel de la voz, de su estrella, su destino, la poesía, la que creó el mundo. “Alguien me deletrea”, alguien lo llama a su ascensión de astro celeste, como en la poética órfica.
“Los ángeles del Paraíso tienen los más elevados sentidos de la vista, el oído y la inteligencia, y cantan noche y día en loor a Dios. Tales alabanzas son su verdadera comida y bebida, a los que se añaden a modo de “dulces” su conocimiento y su perfecta felicidad” (Joselyn, 40).
Paz es un gran poeta de imágenes y “los dominios superiores de las Imágenes arquetípicas, confinan, de hecho con el mundo superior” enseñó Suhravardí[13] (Joscelyn, 55), es lo más alto de la música, del Verso y la creación, ahí donde se encuentren las musas, Apolo y su esplendor “las más bellas formas y exquisitas sonoridades” dice el sabio persa.
El cosmos es el canto cristalizado de los dioses, la música el estado original del Universo, del Único verso, libre de la materia, lejos del espacio (v. Joscelyn, 138). Las estrellas notas-letras cristalizadas logran escribir al poeta para que éste las lea y nosotros podamos escucharlas.
La más alta música es la de las musas, la más alta poesía la de los ángeles, poesía y música están unidas. Si el canto de las sirenas, los planetas –la música de las esferas- es ya un silencio sonoro, el canto de las estrellas (soles-ángeles) se coloca junto a las musas y Apolo, en el sitio más alto de la escala sagrada, el canto que, en tanto arquetipo, en tanto Imagen, proyecta al mundo, escribe al universo. Lo deletrea.
[1] Dr. Víctor Manuel Contreras Toledo, Investigador del Posgrado en Literatura Hispanoamericana, FyL, BUAP.
[2] Octavio Paz, Obras completas, FCE, tomo 11 y 12, Obra poética, I y II, 2004 y 2006.
[3] Octavio Paz, Obras completas, FCE, tomo 11 y 12, Obra poética, I y II, 2004 y 2006.
[4] Ver: J. Corominas, J. A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Gredos, Madrid, 1991.
[5] Libro de buen amor, ediciones Ateneo-México, 1972, pp. 28-33.
[6] Ver: Las nueve musas, Joseph Campbell, La dimensión mítica, El hilo de Ariadna, pp. 190-242.
[7] Ver: Gershom Scholem, Lenguajes y Cábala, Siruela, Madrid, 2006.
[8] Tom Cheetham, El mundo como ícono. Henry Corbin y la función angélica de los seres, Atalanta, España 2019, pp. 131.
[9] (ver: Jean Chevalier, Alain Gheerbrant, Estrellas. Diccionario de los símbolos, Herder, España, 2000).
[10] Sinesio de Cirene (Pentápolis de Cirenaica, Libia 413 o 414) filósofo neoplatónico y clérigo griego, discípulo de Hipatia, obispo de Ptolemaida.
[11] Joscelyn Godwin, La cadena áurea de Orfeo. El resurgimiento de la música especulativa, Siruela, España, 2009.
[12] Pietro Citati, La luz de la noche. Los grandes mitos en la historia del mundo, Acantilado, Barcelona, 2011.
[13] O Suhrawardi, Sohrevardi, El «Maestro de la Iluminación» (1154-1191,) filósofo persa fundador de la escuela iraní del iluminacionismo en la filosofía islámica . La fuente del conocimiento es la Luz en la «Filosofía de la Iluminación». su gran obra: La filosofía de la iluminación. Rescató la antigua tradición de la sabiduría persa y elaboró una crítica platónica de la escuela peripatética de Avicena que dominaba la época, integrando lógica, física, epistemología, psicología y metafísica.