Los seres humanos apelamos a lenguajes simbolizantes desde hace milenios.

¿Cuándo nació esta práctica? En Célebes tenemos posiblemente los primeros signos icónicos producidos por el hombre, 45.000 años atrás. Pero, antes de estos, ¿hubo otros? Tal vez sí, signos que se han perdido o borrado con el tiempo. Tal vez la costumbre de enterrar a los difuntos pueda entenderse como una señal hacia la muerte, hacia la eternidad o el acaso.

Foto de Kuntal Biswas: https://www.pexels.com/es-es/foto/animal-granja-granjero-agricultura-12922925/

Con el paso de los siglos, conforme fueron creciendo y haciéndose cada vez más complejas las sociedades, nacieron otros signos o estos se hicieron más diversos. Los estandartes religiosos, con los que el hombre habla o interroga a lo invisible, a las fuerzas que se creía dominaban nuestros destinos. Luego, también los que identifican a un grupo y lo diferencian de los otros. De igual modo, los signos del comercio: esta medida de sal significa que me debes dos bueyes, si te doy esta pieza de bronce tallada es signo de que ararás esos campos para mí. Posteriormente, nacieron los pictogramas y demás escrituras, incluyendo los alfabetos.

Foto de Castorly Stock : https://www.pexels.com/es-es/foto/fotografia-macro-de-sal-de-cristal-3693293/

Foto de Lúcio Arantes: https://www.pexels.com/es-es/foto/foto-de-piscina-3045537/

Demos un largo salto en el tiempo y ubiquémonos en el nuestro. Desde hace rato estos sistemas están establecidos y conviven con nosotros: se adaptaron al tiempo de la imprenta sin muchos aspavientos; se proyectaron a miles de ojos con el nacimiento de la fotografía, bailan ante nuestra retina en cada película, en cada revista, en cada página web. Pero, en esencia, algunos no parecen haber cambiado tanto:

los que representan algo más o menos visible, los que simbolizan lo invisible, los relativos a los sonidos o a las palabras, los que indican pertenencia o relación con un grupo e identifican a quien los porta, los que informan a donde vamos o venimos, los que nos alertan, ya sean naturales como el humo o el gesto de una persona con la boca abierta.

Es un amplio repertorio el que tenemos, mas podemos reducirlos a unas pocas grandes categorías para comodidad nuestra: lenguas, iconos, señales, símbolos. Es posible crear muchos signos, pero tales categorías parecerían permanecer relativamente estables, siempre, sin afectarse en demasía por el hecho de que surjan nuevos medios o sistemas para transmitir, almacenar o soportar los mensajes: radio, prensa, televisión, internet.

¿Es así? ¿Nada ha cambiado y nuestros lenguajes, pese a todo, no son menos rudimentarios que los de una abeja que indica dónde hay comida, una hormiga que marca el camino a la cueva o un orangután que trata de demostrar quién es el que manda? 

Dependiendo del día y de la hora, o más bien del humor que haya en el ambiente, puede ser que dé ya una, ya otra respuesta a estas cuestiones.

Hoy, por ejemplo, me ha dado por creer que los mensajes audiovisuales constituyen algo que no existía antes ni puede ser elaborado aún por una mente no humana (o por una mente creada por humanos). Claro, es un ejemplo un poco tramposo, ya que en cuanto dispositivo, el audiovisual se constituye de un entramado de diversos códigos: visuales, gestuales, kinestésicos, simbólicos, verbales (tanto orales como escritos). Pero, precisamente, gracias a ello no solo logran ser eficaces para comunicar prácticamente cualquier cosa, con muy pocas excepciones o limitaciones; sino que además tienen una capacidad infinita de recrearse, adaptarse, modificarse y hasta tergiversarse, creando laberínticos juegos en los que a menudo nos perdemos.

El comentario viene a cuento por todos estos chistes en los que se toma un video y lo de-semantiza y re-semantiza, modificando parcialmente alguno de sus códigos. Esto se observa, por ejemplo, en un video en el que el semental italiano Rocky Balboa corre y juega en la playa con su amigo Apollo Creed, pero teniendo por fondo musical un tecno el cual altera el sentido hasta la hilaridad.

El caso tal vez más conocido es el que se ha hecho con un extracto de la película alemana El hundimiento (Der Untergang, 2004), en el que el personaje de Hitler, al ver que lo han traicionado, pide quedarse a solas con sus más cercanos y se suelta a vociferar su indignación. Se han hecho infinitas modificaciones de este fragmento, introduciendo otros textos en los subtítulos, de acuerdo con distintos contextos políticos o culturales, en los cuales esta alteración resulta eficiente para generar carcajadas entre los que decodifican el mensaje.

Alguien me dirá que el sentido de parodia o sátira que prevalece, en cuanto a la intención de estos artefactos sígnicos, no es nuevo, que el trastocar algún mensaje cambiando algo, siempre se ha practicado en la comedia. Y que solo ha cambiado el hecho de que este mensaje se puede soportar en un dispositivo electrónico; entonces, le daré la razón y caeré otra vez en la eterna pregunta acerca de si el signo ha cambiado en virtud de las nuevas tecnologías o si estamos haciendo lo mismo pero más sofisticado, multiplicando un espejismo.

Seguiré pensando y cuando tenga otra idea, se las diré a ver si por fin acierto. Mientras tanto, les dejo estas líneas para que me ayuden a pensar. 

 


RAFAEL VICTORINO MUÑOZ. Nació en Valencia, Venezuela (1972). Egresado de la Universidad de Carabobo en Lengua y Literatura. Con maestría en Lectura y Escritura por la misma institución. Ha sido profesor de varias universidades. Es semiólogo, narrador y ensayista. Tiene una decena de libros y varios premios, como el más reciente (2017), Premio Internacional Monte Ávila de Novela, con su libro Manual del sinvergüenza. Fundador del portal de literatura venezolana eldienteroto.org. Contacto: @soyvictorinox